jueves, 1 de marzo de 2012

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 52 – Marzo de 2012 – Año III
ISSN 2250-5385
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral)
Sumario
• Teresa CORASPE (Venezuela)
• Isabel LLORCA BOSCO (Argentina)
• Leo LOBOS (Chile)
• Melody GERALDINE (Argentina)
• Jorge Judah CAMERON (Chile)
• Claudia AINCHIL (Argentina)
• Ana ARIAS SAAVEDRA (España)
• CRONOPIO (Argentina)
• Patricia K. OLIVERA - Patokata (Uruguay)
• Karina MADARIAGA (Argentina)


TERESA CORASPE

Nacida en Soledad (Anzoátegui), Venezuela, en 1941, reside en Ciudad Bolívar. Escritora. Una de las grandes poetas hispanoamericanas.
Entre sus obras, se cuentan:
• Las fieras se dan golpes de pecho, Editorial Talavera, Ciudad Bolívar, 1975 (poemario, agotado).
• Vuelvo con mis huesos, Tipografía del Diario El Luchador, 1978.
• Vértice del círculo, Gobernación del Estado Bolívar, Impresos Copy flash, 1987.
• Este silencio, siempre, Asociación de Escritores de Venezuela, Seccional Bolívar, Editorial Venezolana, Mérida, 1991.
• Tanta nada para tanto infierno, Ediciones al Sur, Dirección de Cultura del Estado Bolívar, l994.





ANTE LA PUERTA
de Teresa Coraspe ©

¡Oh puerta!
¡Cuántas sombras habrán pasado a través de ti!
Y cuando tú no eras puerta, sino árbol, ¡Cuántas sombras
descansarían en tu regazo! Más, cuando tú, aún ni siquiera
eras árbol, ¿qué mano temblorosa sembraría la tímida semilla
a la tierra, que diera origen a que algún día fueras árbol
y luego puerta? ¿Dónde están?


MORADAS
de Teresa Coraspe ©

De las casas que habité
sólo tengo fragmentos de recuerdos.
¡Fueron muchas!
Así mi infancia fue fraccionada por las tantas mudanzas.
Pero hay una casa
que se repite en los sueños
quizá porque en ella viví por siete años
y en las noches viene a visitarme poblada de fantasmas.
Yo la voy reconstruyendo habitación por habitación
sin omitir ni una puerta o ventana (siquiera).
Pero de todas esas casas
la verdadera es ésta donde habito, leo y pienso
y donde los hijos y la infancia dejó huellas profundas
con árboles y flores y el verde y los pájaros y la risa y el
llanto se sientan a la mesa como quien va a misa cotidianamente.
Esta casa y las demás casas fragmentadas
son pedazos de vida dejados por ahí
a la par de los días.
Y en muchas noches cuando duermo
vuelvo con la llave
a la cerradura que abro con suma facilidad
para habitar en silencio esa casa que se repite
y se niega a ser olvidada.
Y la encuentro ocupada
con los mismos muebles que una vez existieron
sólo que voces misteriosas me asustan
quizás son las nuestras
que se quedaron grabadas
en el interior de sus muros
y que la ausencia vuelve entrañas.
Por eso mi penúltima casa
la cuido y acaricio porque es la morada de este cuerpo
que un día dejará de ser.
Yo la miro largamente para darle vida
y que palpite como una lámpara encendida a media noche
una casa donde el sol se las ingenia para entrar
y acurrucarse en silencio en todos sus rincones
y llenarla de luz como un cáliz venido desde lejos.


Dejarse ir a la orilla no es un suicidio,
es sólo confundir las rutas
por las que debemos andar.
Dejarse ir es despedirse lentamente,
volver a la húmeda fuente
que nos arrullará para siempre
lejos del surco y las grietas
marcadas en los pies.
Andar de nuevo por senderos olvidados
de donde un día venimos
no sé a qué culpas cancelar.
Caminar despacio por la ribera abierta.
En línea recta y flotar.



ISABEL LLORCA BOSCO

(Buenos Aires, Argentina, 1952). Poeta, narradora, crítica literaria. Profesora en Letras (UBA). Coordinadora de talleres literarios. Jurado en certámenes de poesía y narrativa. Integró el equipo de REVISTA SESAM y conforma el de POLIS LITERARIA. Entre otros, Primer Premio Nacional de Poesía “Julio Arístides”. Varias páginas literarias en Argentina y en el extranjero han publicado sus obras poéticas.





COLLAR
de Isabel Llorca Bosco ©

Cae el collar en un estrépito de luces.
Veo la torzada de los hilos lacia,
veo brillar las mostacillas sueltas
como otra noche dentro de la noche.
Todo lo veo en la oscuridad, y veo más todavía.
Fue como liberarme. Lo arrojé
porque se interponía entre nosotros.
Después lo opacaría el agua matinal,
se volvería violeta reverberando al sol.
Guías de alambres que oprimían mi garganta,
ya no gargantilla, cinturón del medievo.
La noche no era negra y acechante, sino clara y azul,
por mil hendijas entraba en resplandor.
Del collar, ni sabía; vos en mí.
gemidos y susurros libremente enhebrados
en la pleamar de nuestro amor, rebelde para algunos.
Y hasta llegué a ver más por un reflejo,
quizás, en algún sueño momentáneo.
Vi la mujer que me legó la fantasía y tantas otras cosas,
La imaginé empezando a desvestirse,
de espaldas, el peinado alto, impecable.
Y aunque fantasma, me miró por el espejo:
Vos no sos una Bosco, qué distinta.
Con qué cuidado guardaba aquel collar,
alisando sus hebras, dándole forma de corona.
Sus ojos verdes escrutaban –verdes como los míos–
que el cofre no quedara abierto
porque iría a aplastar los canutillos o saldría la música.
El hombre que la amaba, la llamó
amenazando con soltarle el pelo.
Mientras, ella se retocaba el peinado una y otra vez.
Mis manos de nena habían frotado
las torzadas de pelo suavísimas y frías,
seda salvaje lamiendo su cintura.
Pronto yo, que llevaba su nombre en tercer grado,
le daría brillo y el color de la caoba. Ya blanco,
se lo corté mucho después.

Y aunque era necesario, me sentí una Dalila.
Nosotras nos queremos, me había dicho.
Y no hubo respuesta, aunque supe
que iba a sentir la culpa por una eternidad.
Pero una vida entera como un sí sostenido
tampoco podría ser.
Y es claro que la amaba y me quedé sin voz:
no se puede ser libre sin ser algo agresiva.
Cuando la gente me creía hija suya,
se estremecería aquel vientre vaciado, como dicen los torpes.
Y con un cofre lleno, que después vendería en otra de sus pérdidas.
Se apagó el velador. No hubo ruido de horquillas.
Nada se interponía entre ellos, sólo el inmenso camisón de lino,
porque –decía– es más fresco que el nylon.

María Isabel Ester vuelve a mirar la luna del espejo
y aquella pulida dignidad que no heredó.
Su cara se humedece, como lloraba Pedro en cada madrugada.

La luz me deja ver que el collar está intacto, a pesar de mi arrojo,
las nocturnas cuentitas para evocar su cielo y lucirlo otra vez.
Sin embargo hay una imagen que llovizna
por el pecado absurdo, que no puede absolverse
porque no es un pecado:
el de ser dos mujeres distintas y distantes
para llevar las joyas de sus vidas.



LEO LOBOS

(Santiago de Chile). Su nombre completo es Leonardo Andrés Lobos Lagos. Estudió Comunicaciones en la Universidad Diego Portales. Poeta, traductor y artista visual.




DEVAGAR
de Leo Lobos ©

Bajo las luces del cielo de estos años
solo
en
la
velocidad
del
Mundo



TIEMPOS ANTERIORES
de Leo Lobos ©

Haz de caminar un largo
trecho a pie
antes de conseguir
tus
alas

SILENCIOSO DENTRO DE LA NOCHE
de Leo Lobos ©

Fluir, leve, andar descalzo, inflar
lentamente los pulmones
pesar cada paso sentir
cada instante entrar
silencioso dentro
de la noche
como sí ella
fueras



MELODY GERALDINE

Nació en Buenos Aires el 18 de marzo de 1987. Desde chica se interesó por la literatura como otro modo de ver y entender la realidad. De trascenderla. Cursó estudios de Letras en la Universidad del Salvador, Dirección de cine en la escuela CIEVYC, y realizó un breve paso por la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad se considera autodidacta. Acaba de publicar su primer libro de relatos cortos “Vencidos”, por editorial El Reino. Actualmente se encuentra escribiendo su segundo libro de relatos.





TEXTO III DEL LIBRO “VENCIDOS”
de Melody Geraldine ©

Negro luto, negro noche, amarillo sol.
Monumentos móviles del caos, íconos casi absurdos de la velocidad de las horas.
Urbanas.
Me siento, abro la ventana, le indico hacia dónde voy.
Su cabeza gris y seca, la ficha delante de mis piernas que lo identifica antes de que su cabeza fuera gris y seca, el respaldo de bolitas de madera –tan necesarias– y ese escudo de Racing colgando del espejo, en lugar de una cruz, un cristo o una estampita de la virgen.
Demasiadas ruedas juntas, demasiado sol malentendido se filtra, en el ruido de los colectivos, de las bocinas, de todas esas personas amontonadas. Miro las calles, los edificios, los autos quietos o yéndose rápido, rápido, y miro, siento el aire, la primavera en la cara, y miro. Veo entre los carteles unas nubes grandes, tan blancas y reales que parecen de artificio. Desde acá, desde el cemento, la naturaleza es como un lujo, un horizonte que no se alcanza, otra vía posible.
Las manos que sostienen apenas el volante y mueven los cambios como máquinas y emiten señas a las otras manos de los otros volantes, son también parte de esa cabeza gris y seca que conoce, desde adentro, el alma de todo lo que vive entre el tránsito, los cortes y los bombos; las imágenes repetidas de los mismos recorridos, los grandes carteles publicitarios, uno por uno, la duración de los movimientos de la ciudad, con todas sus rutinas y variaciones, el pulso de los semáforos, las noticias susurradas desde lo bajo, los gestos de policías y ladrones y de tantos ciudadanos en el medio. Y esas manos traen al hombre y lo llevan de y a todos lados, y no puedo no compadecer, engreídamente, la monotonía de su tiempo, su soledad rara, el motor estéril bajo su cuerpo. Y todas esas horas… marcadas en el contador que no para de contar.
Y miro, lo que yo veo de cuando en cuando pero que él ve todo el tiempo, y entre todas esas imágenes una sobresale, una figura avejentada que camina hacia adelante, apoyada en su bastón, vestida con bolsas negras de residuos. Cubierta la cabeza, la cara y el cuerpo entero, con los ojos solos al descubierto, como occidentalizando el burka ella sola, en su mundo, en su país propio, escondiéndose el cuerpo como si fuera basura. Y atraviesa el vidrio y cruza la mirada con la mía, y me estremece de asombro y tristeza un instante, y digo algo, no se qué, y él contesta que sí, que hace treinta y tres años que la ve dando vueltas, tapada desde siempre como si fuera miseria eterna.
Verde. Los coches se despegan unos de otros y el taxi avanza. Mi mente avanza. Luego todo vuelve a ser verde.
En el medio de la calle, un árbol protegido por una cerca, más anciano que todos los linyeras casi muertos, con raíces más grandes que árboles enteros.
Monumentos perpetuos, testigos de la historia.
Y otra vez rojo.
Las manos del hombre se aburren y quieren contarme. Historias que en otro momento ignoraría, pero que ahora, sin saber porqué, me interesa escuchar. Y me sumerjo en ese saber urbano, en ese humo difuso que exhala el tránsito de todos los que viven entre ruedas. Como él, que pasa diez horas al día con las manos estáticas llevándolo, con los ojos repetidos en el espejo, mientras debajo Racing parpadea movimientos de un lado a otro, simulando, en todo, a un corazón. Pero sabe que su vida es eso y mucho más, y a la vez no, no lo es, es todo una gran mentira. O no. Todo eso que vive, con los ojos, al final del día son sólo imágenes. O acaso no sólo imágenes. Y ese escudo es simplemente un escudo, jamás será ni un corazón ni un ícono religioso, aunque sí fuera, en el fondo, tanto o más personal que la ficha amarillenta que cuelga entre mis piernas.
Me dice que no es la única, que hay otras como ella, que esa mujer fue joven un día pero que ya pasaron muchos días. No sé desde cuándo andará dando vueltas, dice, como resignado a la desgracia ajena, y cansado, del tránsito que no avanza y del cuero gastado que ya casi no resiste tanto peso. Sus costados sobresalen del asiento. Lo desbordan.
No veo su nuca que tapa el pelo gris y ralo, no veo su espalda, ni sus pies, ni siquiera su perfil. Veo la mirada doble que rebota hacia mí desde el espejo, que habla desde el fondo de su infancia y persiste en un brillo tenue, escondida para siempre entre esas líneas de vejez que modelan sus ojeras.
Resuena su voz grave, fuerte, que viene de su garganta como un ruido, hila sonidos roncos que tardo en comprender. Son palabras. Vibran entre las ventanas cerradas y entre los asientos sordos, casi como una necesidad de su cuerpo y su garganta de expulsar por ahí todo lo que en ese taxi entró alguna vez.
Me dice que hay otras como ella. Otros. Que la calle está llena de hombres que la habitan.
Solos.
Sin saber siquiera porqué.
Me habla de una mujer que también solía ver siempre. Ella se sentaba a leer todos los días en el mismo rincón de Plaza Miserere, y lo extraño, no era que se sentara a leer siempre en el mismo lugar, sino que leyera en voz alta. Sola. Siempre. Y que pasado el tiempo la mujer además de libros fuera juntando basura y llenándose de mugre, y que ella misma se fuera convirtiendo en un cúmulo de basura. Y se fue quedando y quedando y se quedó. Y se hizo vieja y empezó a hablar sola todo el tiempo y bue... no sé qué habrá pasado después con ella, si se habrá muerto o no –me dice–. Sin ninguna expresión, casi sin gestos, como si ya no le importara lo que estuviera diciendo, como si su relato saliera sólo de su boca, sin ningún esfuerzo ni compromiso.
Nada.
No entiendo su contradicción, es como si se hubiera aburrido de su propio entusiasmo. O no, no sé, quizás yo lo malentendí, quizás esos cigarrillos que ahora descubro arriba de la guantera le hayan consumido el corazón, y ya no le quede aire ni tiempo para hilar diez oraciones seguidas.
Me pregunta si me molesta que fume y si quiero uno. No, no hay problema, bueno gracias. Me presta fuego, enciendo, abro la ventana. Aspiro, confundida en mi placer, y suelto afuera, expulso de adentro mío un poco de aquello que me rodea y miro con asco, me hundo en mi contradicción como este hombre que no es coherente ni con su propio tono de voz.
Yo soy parte del humo.
Mientras el taxi avanza por una avenida que reconozco pero de la que ignoro el nombre, las cenizas de su cigarro amagan pero vuelven, indecisas, revolotean a mi lado como un huracán hecho de nada, y el escudo de Racing tirita un poco, igual que el atado de cigarrillos y la ficha amarilla, y quizás hasta los asientos estén saltando de arriba hacia abajo, todo, menos nosotros. Como si un íntimo terremoto nos sacudiera y sólo los objetos pudieran percibirlo. Como perros amorfos lejos de todo.
Empiezo a reconocer algunas casas, carteles, negocios, y entiendo. Tengo que indicarle dónde frenar, pero él, él no entiende, parece haber olvidado hacia dónde iba, veo su mirada en el espejo que parece ausente, lejos del auto y de la calle, en un afuera más allá de todo, y yo estoy por abrir la boca al tiempo que abro la cartera para sacar un billete y pagarle, pero él se adelanta, como contestando a mi silencio, y emana otra vez el sonido ronco que son sus palabras, y me dice, en tono de despedida absurda o de redención:
–Yo era maestro sabés.


TEXTO X DEL LIBRO “VENCIDOS”
de Melody Geraldine ©

El tránsito invade la habitación. Me invade el cuerpo débil, cansado, enfermo del horror. Y el sol penetra como queriendo derretirnos -con la misma furia del infierno- nosotros aquí pagamos. La miseria de quién, el pecado de quién. Nada es de nadie. Y yo ya no puedo llorar, ya no siento. Sólo siento alguna cosa, el aroma del café de la mañana quizá. Pero luego el aroma del humo que se expande hacia la demencia se detiene hundido en mi garganta y resucito, recuerdo, que ya no puedo sentir nada. Y debo recordar, una y otra vez, cuántos años estudié para llegar. Enclaustrado como un preso sin recuerdos, doblemente preso. Qué puedo hacer, si ya no me importan, me dan pena. Qué, qué puedo hacer si ya no puedo llorar. ¿Porqué? Porque si acaso me dignara a hacerlo, terminaría ahí, en el fondo, como ellos.
Estas infantas uniformadas no comprenden la enfermedad, no. Yo sí, yo estoy adentro y me sacrifico o acaso no es así. Yo vivo en el pantano y el barro no me toca.
Escucho a Javier que me mira, que está ahí sentado y me habla y es ausencia, y pienso en Juana, la pobre Juana, no tiene arreglo. Ya nadie la escucha. Nadie la visita ni la recuerda. Por eso va y se desnuda y camina desnuda a la noche por los pasillos. Juana, la abuela Juana, logró que todos se acuerden de ella antes de irse a dormir.
Para mí la locura solía ser aquello oculto, vedado, aquello desconocido, insondable. Y lo desconocido era la libertad. Alguna forma de la libertad. Con el tiempo aprendí, que lo desconocido es la muerte o la libertad. Y yo sigo vivo y no puedo llorar.
El tránsito suena adentro. Me dan pena los de afuera, me dan pena. Javier López habla y habla, y por momentos no habla sólo me mira y se queda callado y no puede, nada. Yo le digo que no importa, que diga lo que quiera y que si no quiere hablar que no hable, que desde el silencio también se habla. Pero yo sólo escucho el ruido de los autos afuera, y el sol me aturde y mi alma grita, adormecida, que no debería escucharse nada desde acá adentro, que esto es el colmo del colmo de todo, esto está más abajo que el infierno, más sucio que el pantano, las paredes como escombros, los baños olvidados, las enfermeras que no entienden siquiera el mundo de allá fuera, apenas burócratas anticipadas de la parca. Y la mesa, donde apoyo mis papeles y mis notas que no sirven, donde se instalan mis manos y por momentos las suyas, la veo arañada, atravesada –allí donde se escriben las respuestas- por las sombras de las rejas, las rejas de la ventana por la que entra el sol y el ruido. Como si fuera el preso de algún sueño.
Y yo debería haberme ido de este lugar, debería, antes de perder a Silvina, debería, antes de perderlo todo. Pero hace ya demasiados años de eso. Ahora estoy aquí, y Javier López habla y habla, con el sonido de su voz subterránea, mientras me mira y me atraviesa con sus ojos perdidos y el color de su piel muerta.
Años entre estos pasillos, viendo el sol filtrarse por las rejas de las ventanas, las sombras siempre arañándolo todo. Como si estos hombres fueran carne quemada al sol y no, no, quedan crudos bajo el sol que apenas entra y los rasguña. Entre barrotes. Ellos, acá, no tienen opción. Yo sí, yo vengo y los escucho. Y los medico, un poco, los alivio. Pero ya no sé qué puedo sentir. Mis sueños se repiten, sólo siento el peso de mi cuerpo débil y cansado, mi mente que pesa como un calvario. La voz de Javier allá profunda, el calvario que me aplasta, y el aroma del café de las mañanas de las que reniego, ya no lo siento.
Allá en la pared un cuadro de Toulouse que colgué alguna vez. Miro nuestras manos en la mesa entre barrotes, los ojos perdidos, las piernas festivas de esas mujeres en la pintura, allá en otro siglo, en otro destino.
Cuántos muertos habrán mirado esas piernas.
Y pensar que algunas de estas personas están acá dentro hace veinte, treinta, cuarenta años. Casi tantos años como yo. Acaso no fueron salvadas ¿Por qué? Cumplen la pena eterna de no tener cielo, cumplo yo la pena, el castigo, de ser yo quien los salva, de la nada hacia la nada. Los acompaño en la espera, en la espera de qué. De la nada hacia la nada. Por eso los drogo, me drogo, para borrarnos el pasado.
Es verdad que alguna vez creí que con el solo entusiasmo se podía curar. Con inteligencia y esfuerzo. A quién, ya no sé, ya no recuerdo. Tampoco se de dónde venía mi entusiasmo.
El sol penetra mi martirio, la voz subterránea, los ojos muertos de Javier. Yo le pido que me disculpe, que voy a cambiar de lapicera -porque algo estuve escribiendo todo este tiempo, qué, ya no sé, algo que a nadie le importa sobre las palabras estériles del pobre Javier- porque los papeles marcados sobre la mesa se llevaron sus restos y abro el cajón, veo el retrato de mis hijas, y le pido una vez más que me disculpe un momento, mientras agarro otra lapicera, y contemplo a mis hijas, tan lindas, tan, tan lejos ya. Y vuelvo a escribir, anoto mientras él habla y habla y titubea y no dice nada y una ráfaga de aire o viento entra por la ventana, con el ruido y el sol, y vuela una de mis hojas, y me da miedo, esta vez, que Javier lea alguna palabra de las que dicen mis hojas. Y pienso en Juana, una vez más, la pobre Juana, a veces pienso que quizá sea la única que haya sido salvada en este lugar. Una mujer sola, abandonada, que se desnuda para existir. Que todavía quiere luchar contra el destino. Y yo todavía no siento nada y no puedo llorar, y tengo miedo de que Javier lea lo que escribo y ni siquiera recuerdo, lo que no escribo, entonces decido ir al suelo a buscar palabras sin sentido que se arrastran y me arrastran y las sujeto. Y entonces miro sus ojos, la pura ausencia, escucho que habla, sin sentido, la carne cruda, los ojos y pienso: pobre infeliz, no tiene arreglo.


Crítica del libro “Vencidos”
por Gabriel Landoni

Vivimos en el tiempo sin la clara conciencia de que somos materia sensible y pasajera. El día es demasiado corto para nuestra ignorancia, y de pronto anochece. Incluso ante la evidencia, traicionamos aquello que nos concierne como ofrenda a la vida, acaso, como sola posibilidad de redención. Nada pueden el amor y el dolor frente al imperio del que nos mata huyendo. Está echada la suerte del que labra en la arena; siempre perderemos la última batalla. Y sin embargo, hay algo que resiste, que obstinado germina, ya que, a pesar de todo, aún estamos aquí.
Melody Geraldine inscribe las marcas que son, y que serán en lo provenir, líneas de su discurso poético. Porque ha visto, porque ha hollado este mundo –su infierno o paraíso-, porque sabe qué tiene para decirnos. Y de pronto la esperanza es personaje, y el desencanto tema, y el sueño es tono singular que precipita en la vigilia, sin excusas. Vencidos, su ópera prima, es la cifra, la vasta reunión de voces que recalan en lo más efímero y en lo más profundo de la naturaleza humana.



JORGE JUDAH CAMERON

(Valparíso, Chile). Escritor, actor profesional y dramaturgo, profesor de enseñanza primaria, licenciado en psicología, dibujante artístico con algunos cuadros para adornar paredes. Incursionó además en dibujo humorístico, historietas, caricaturas y publicidad. Estudiante de filosofía aplicada. Alguno que otro ensayo existencialista: vida, destino, muerte, infinito. Master en Reiki Usui Tradicional, Magnified Healing y otras técnicas energéticas. De pequeño leía escritores clásicos, pues pensaba que su tiempo era valioso y prefería usarlo en ellos para aprender. Autores como Herman Melville, Charles Dickens, Mark Twain, los laberintos de Franz Kafka, la locura de H. P. Lovecraft, el gran motivador Edgar Allan Poe, las reflexiones de Hermann Hesse, los tormentos de Guy de Maupassant, el ingenio de Isaac Asimov, la magia de René Barjavel, el individualismo contradictorio de Friedrich Nietzsche, la rebelión de Albert Camus, el existencialismo de Jean Paul Sartre, la poesía franca de Federico García Lorca y Alfred de Musset, la romántica George Sand apostando su talento en una época de hombres prejuiciosos, el ocultismo de Gurdjieff, el gran pensador realista León Tolstoi, el análisis psicológico de Fedor Dostoievski, la lógica de Platón, Gabriel García Márquez, Amado Nervo, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Julio Cortázar, Evaristo Carriego, Jorge Luis Borges, Marco Denevi y varios más que hicieron sus cimientos, para lograr tiempo después su propia identidad. Como él mismo dice, son parte del yin y del yang, de la energía masculina y femenina para lograr el milagro de la palabra. Hoy lee de todo, porque todo es aprendizaje. Las acciones definen y las decisiones encaminan hacia el destino final. Nacemos como esencia y existimos luego, superando limitaciones, acumulando conocimientos como ladrillos unos sobre otros, donde cada uno representa vivencias. No hay un sólo hombre que no aporte su filosofía y forme la estructura mental de un nuevo ser. Un escritor es la semilla de otros escritores, sembrada en tierra fértil, con la humedad de los conceptos. Una torre sin techo, un camino infinito a las estrellas, sin dejar de crecer hasta el minuto final. Una claridad que se avizora iluminando secretos y develando misterios, creando la Gran Dimensión donde el límite es uno mismo.
Miembro de la SECH, ha sido distinguido con varios premios y menciones en certámenes literarios de Argentina y Chile, y publicado en esos países, Colombia y Estados Unidos.




AQUELLO QUE AMAMOS
de Jorge Judah Cameron ©

Sí, corre… No detengas tu venturoso renacer, aquel camino que emprendiste hace ya tanto, que ni el mismo tiempo pudo recordar.

Quedó tu fragancia envuelta entre las piedras, entre los pastos húmedos de la gran colina, aquella que te vio florecer un día cual bella criatura de los siglos, como el más venerado ramo de flores, rocío de colores y aromas antiguos, y de ángeles danzando sobre los verdes líquenes de la eternidad.

No desconozcas a tu inca, aquel que un día sin querer partió, y bajó lento la cumbre con sus guerreros a cuesta, para librar su última batalla. Aquel que viste ir, con el sol reflejado en su espalda anunciando su partida.

No te olvides de él, pues habrá más vidas por vivir, y recordarás la ciudad entre las nubes, y tus trajes de piedras preciosas relucientes como soles en tus ojos reflejados, y tu grácil caminar silente, etéreo, feliz ave del paraíso entre las sombras del tiempo, para encontrarte otra vez con tu lejano amor, aquel, tu hombre, que nunca más volvió.

Y te vio desde lo alto, amándote tristemente sin poder abrazarte. Acarició tu cuerpo
2

en las noches sin olvido, besó tus esquinas y montañas, bebiendo las sales de tus ríos. Y te cubrió con su manto en los inviernos de hielo. Custodió tu vida, colmada de suspiros, y el llanto inagotable de las horas que no cesan, de ausencias sin olvido.

Y secó tus mejillas con la brisa de sus alas, hasta ese instante cuando el cielo es su quebranto, se partió en dos enamorado. Un trueno estremeció el valle, y fue un grito de dolor interminable retumbando entre collados, y el rey inca de angustia sintió que se moría...

¡Si ya muerto estaba! ¿Cómo podía?

Desgarrado de dolor en piedras de sangre, en miles cayó sobre la tierra sus lágrimas de espanto, cuando en tu vejez quebrantada por la espera te dormiste entre los pliegues de la luna, y partiste hacia los claros remansos de Yahvéh.

¿Quién sabe si lo hallaste? Erguido, fuerte, esperando tu venida. Mas, después de varias vidas, y otra vez mujer en esta vida, si hoy lo reconoces, entre la gente, entre los árboles, entre las auras y las voces, búscalo, ámalo, no lo dejes ir. Esta vez princesa inca, no lo dejes ir.


HECHICERA
de Jorge Judah Cameron ©

Desesperada mi pasión,
la ha llamado por su nombre... Hechicera.

Fuego ardiente de un amor inextinguible,
tan sólo consumado por el agua de la muerte.

Déjame beber de tu insaciable fontana,
confíame la vida adornada de recuerdos.

Regálame los sueños misticismo de ilusiones,
en un rapto de sabores de tu piel enamorada.

He de rebozarte de caricias virginales,
pues así tiñes mis manos del purpúreo de tu sangre.

Dolor de mis entrañas es la angustia de perderte,
no hay un solo pensamiento que conciba tal desgracia.

Yo quisiera que supieras tanto o más de lo que sabes:
¡Que no hay amor más grande que aquel que mana de mi alma!

Necesito de tus labios como agua en el desierto,
reconozco que mi marcha va regida por tu tiempo,
y si acaso te sofoca el amor que te profeso,
por favor no me lo digas no resiste mi sustento.

¡Ay de mis ojos hambrientos de ti!
Mi anhelo es amarte viviendo a tu lado,
sabiéndote cerca pensarte feliz.

Alabo los sueños que rezan tus pasos,
musitar a lo lejos las frases del viento.

Tanto te extraño adorándote mía,
que aunque ciega la vida
me hallara en las sombras,
te amaría más...
Todavía.


HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE
de Jorge Judah Cameron ©

Están llegando, el doctor, y sus ayudantes. Mi olfato dice que no son buenas. Conversan, demasiado. No me gusta. ¡No estoy loco, me oyen, ustedes son los que matan por placer o maldad, lo nuestro es diferente! (corre) ¡No..., el maldito anestésico, no! (cae).
–¡Manténganse a un lado, es peligroso, y enloqueció! –escuché que decían.
¡Se equivocan, me separan de mi familia, y se equivocan, yo los amo, que no entienden, los amo de verdad! (se levanta) ¡Necios, hipócritas! (cae desvanecido) Dios me habló al oído. Me ordenó acabar con el pequeño, para perpetuar la especie..., que saben ustedes de la vida..., era d-débil..., p-para ser l-líder.
Al despertar, oí el rugido de mi amada Etah, muy lejos de mí, diciéndome desesperada:
–¡Aquí estoy, con tu otro cachorro, el futuro macho alfa de la manada! ¡Te amamos Voltar, nunca te olvidaremos!



CLAUDIA AINCHIL

(Buenos Aires, Argentina, 1964). Poeta y periodista. Cofundadora de la Sociedad de Escritores Inéditos e Independientes de Argentina (SEI). Socia de la SEA. Seleccionada en los Primeros Juegos Florales del Siglo XXI (concurso conmemorativo que se llevó a cabo en Montevideo, Uruguay, con el tema 1804-2004, los versos de la Patria Grande, convocando a poetas de habla hispana y portuguesa de América, España y Portugal).
Libros Publicados: Comienzo de comienzos (1985), Son cosas de ángeles (1987), Amores sin zapatos (1991), Remolinos a bordo (2003).
Sus poemas son difundidos por distintos medios en España, Cuba, Perú, México, Francia, Italia, Estados Unidos y Chile, entre otros, así como también en suplementos culturales de diarios del interior de Argentina.





INVISIBLE
de Claudia Anchil ©

Invisible como un invisible
Molino detenido en el tiempo
Las ventanas semi abiertas invisibles
Asaltadas en una décima esquina
Por nadie
O por alguien nadie
No me salva la recolección de números dispersos
Convertidos en azar
Un clandestino apogeo
Invisible
Ni la salvación eléctrica de manos
Que se lavan a si mismas
Como Pilato sonríe acumulando
Buenas intenciones
Envician el aire en la oscuridad
Siempre invisible
No visible incorpórea
Un hábito alojado en errores que evitan aprender
Como esos inciensos de primavera inquieta
La ausencia de olfato rasgó el sueño invisible
El trazo se desvaneció
Hay almas raras que uno encuentra
Se escurren dentro y disparan
No podemos evitarlo
Con una exhalación nos mudan
Atrapando
Hubo signo y mensajeros?
Cuarenta y cinco minutos y el destierro
Invisible como un invisible
Asi…molida en tela de araña de un pantano visible...


SIN PUNTOS
de Claudia Anchil ©

Vidrio pensado a través de otro cristal agua
Buenos Aires manada de otoño invierno
café dando tiempos al tiempo escondido
distancia minuciosa del personaje
por antesalas que llevan un nombre
pegado, urbano impuesto de una época
que nos mantiene extrañamente con ceño
y arrugas y paginas del alfabeto
que se asfixian a si mismas
cima pequeña con gente alrededor
medio kilo de café molido fino
no estar esperando
lágrima en pocillo pequeño
esa palabra
el poeta conlleva tarjetas de llantos
alegría repentina express
retumbar cuando los derrumbes se aproximan
de pies a cabeza tirito en tu mirada clara
dije hombre sensible una vez
destemblar si digo amor y tu viaje continua
yo como un imaginario numero invisible autónomo
un culto a la propia esencia
situándola en el asador sin pudor
otros se espantan, lo huelo
puedo advertirlo en sus gratuitos dedos señalando
el por que desde otro ángulo
orillas vacilantes, esperas inconclusas
la habitación política como un transgresión por resolver
se florece o desanda me pregunto
tanto alquiler de almas
contextura al revés en el instante en que todos corren
y no alcanzarlos
no.
Es tocar el timbre cuando me voy.


CREO Y NO CREO
de Claudia Anchil ©

Creo y no creo.
Como una contradicción estetica
mundo enfurecido
que entrevista sombras exageradas
o itinerarios que nunca cumplo
por si acaso.
Después, las voluntades de la mariposa
perspectiva circular, tan momentánea
grotesco silencio apurado
contextos indescifrables
en el alma rara desquiciada
la gramática no me salva
cada mafia de eso que dice ser aire
esta atestado de palabras
inmóviles cuando deberían ser trueno
y tsunami que extingue la calma chicha del desierto.
¿Te asilas en un cuerpo nocturno?
¿Cómo obtener el trazo que divida al viento?.
Llevar la condena a rastras
buscar siempre buscar
y la nada orilla.
Moscas.
Soy cuando menos lo espero en la antesala
esa nada a la cual acepto
cierta trompeta induciéndome
por karmas acalambrados en las venas.
Ir manoseando abismos
ojos claros precipicios perforan iris
ojos negros no se resguardan en la pantalla
se hacen chiquitos analfabetos
no advierten el significado de las reproducciones humanas
la opacidad del quizás quizás.
Mi mirada me excede.
Creo y no creo en las palabras
ellas giran 180 grados
y las evoco
ellas vuelven
y a veces no me encuentran



ANA ARIAS SAAVEDRA

(Freán, Guntín de Pallares, Lugo, España, 1951). Ha escrito artículos esporádicos en el diario El Progreso, de Lugo, y ha colaborado en diversas revistas de Galicia, como Xistral, Eiva, Atenea, Os Fanagueiros, así como A Palloza de Barcelona. Como artista plástica ha expuesto repetidas veces, tanto en pintura, como en dibujo, talla y escultura. Es socia de la Sociedad Artística Ferrolana (SAF), de la Asociación de Escritores de Lingua Galega, del colectivo poético Ribeira Sacra, de Poesía del Mediterráneo (Asociación Literaria Audiovisual-Valencia y de la asociación literaria Verbo Azul, Madrid, entre otras instituciones. También ha escrito algunas obras de teatro. Especialista en modistería, lencería, sastrería y corsés en el sistema Martí, ha intervenido en diversos eventos socio-culturales de importancia.




AMISTAD MÁS ALLÁ DE LA VIDA TERRENAL
de Ana Arias Saavedra © 

José y Mario, nacen en un barrio rural de Galicia, crecen juntos, se hacen amigos, comparten juegos, asisten al mismo colegio del pueblo. La amistad entre ambos va con ellos vigorosa.
De mozos cumplen el servicio militar en lugares de destino diferentes, al finalizar el mismo regresan a su terruño, se enamoran de mozas de pueblos cercanos, se casan y cada uno forma su familia, trabajan en el campo, tienen vacas, ovejas, cerdos, siendo su profesión de ganaderos el único sustento para ir sacando a su familia adelante.
Con el paso de los años, sus hijos, se casan, unos deciden aventurarse en la emigración, otros se quedan en el pueblo cogiendo el testigo del padre.
José y Mario cuentan con ochenta años de edad, los dos viven viudos desde unos años atrás, la amistad entre ellos sigue manteniéndose fiel, disponen ahora de más tiempo de solaz para pasear, recordar aventuras vividas, anhelos no logrados, para al calor del fuego de la lareira, reírse placidamente de cuentos de picardía y de otros que recuerdan de su niñez.
Una mañana de primavera, José se yergue de su lecho y ante la imagen de un cuadro que tiene colgado sobre la pared de la Sagrada Familia, reza su Avemaría de cada día por la mañana, son las nueve, se viste y calza, y baja a la cocina a preparar su almuerzo, que consiste en leche hervida con pan de la hornada semanal, ya dispuesto a sentarse a la mesa para descansadamente desayunar, recibe la visita de su buen amigo, amigo de Mario también, Vicente, que lo saluda así: ¡Hola José! –¡Buenos días Vicente!, ¿que te trae tan temprano por aquí? –¡Vengo, José, a darte una muy triste noticia, esta noche ha fallecido Mario! - ¡Dios mío!, ¡pero si ayer se sentía muy bien, de nada él se me quejó! –¡Me dijeron, José, sus familiares, que fue a consecuencia de un infarto del corazón!, ¡recibe amigo mío mi más sincero pésame, que yo sé muy bien del fuerte lazo de amistad que os unía! –¡Gracias Vicente, te lo agradezco mucho, pero la edad ya longeva no perdona, de una cosa u otra, nos tenemos que ir yendo a ese lugar ignoto al que llamamos Edén, yo me disponía a desayunar, mas antes me dispondré a rezar por su alma, que a mi juicio no necesitará de mis plegarias ya que siempre ha sido un hombre bueno para con todos! –¡Pues te dejo José, y sigo con esta triste noticia, encomendada por su familia, ya nos veremos más tarde en su sepelio! –¡Gracias, Vicente, hasta entonces pues!
Ausentado Vicente del hogar de José, luego de ser despedido cordialmente por éste, acompañándolo hasta la puerta principal, ya de vuelta a la cocina, José se dispone a ponerse de rodillas en el suelo, para rezar con fervor por su buen amigo Mario, en ese flagrante momento, oye la voz de Mario que lo llama desde la solana del hogar, sorprendido José, se yergue del suelo y se encamina hacia la puerta que da a la era, la puerta está dividida en dos partes, típica puerta de los hogares rurales de Galicia, que con la modernidad que tanto impera en el mundo se va quedando en la extinción, a excepción de unas cuantas que logran mantenerse en la forma y calidad de las maderas autóctonas.
José se halla con su amigo Mario que está sonrientemente apoyado en la parte de la puerta de abajo, que tiene el cerrojo puesto. –¡Hola Mario!, ¡vaya broma más pesada ésta de Vicente, pues ahora mismo me disponía a rezar por ti, ya que hace tan sólo un rato que me vino a decir que habías fallecido anoche de un infarto al corazón! – ¡Efectivamente así es!, ¡mi cuerpo lo está velando mi familia! –¡Mario!, ¡vamos ver!, ¿que pretendéis tú y Vicente?, ¿matarme a mi de un infarto?, ¿cómo vas a estar muerto, si estás aquí hablando conmigo? –¡Por muy incoherente que a ti te parezca, José, te aseguro que es la pura verdad! –¡mira Mario, déjate ya de tonterías y pasa a la cocina si quieres, que yo voy a desayunar! –¡No José!, ¡escúchame, es cierto lo que te estoy diciendo, y vengo a pedirte algo!, ¡ pero...!, ¡por favor, José, escúchame, yo no puedo llegar hasta el Edén por una deuda que dejé pendiente a Elías, el zapatero, que le quedé a deber 0.60 €, te ruego que tu vayas a saldar esta deuda mía para yo vivir en paz en el infinito! –¡Sabes que te digo Mario, que te adentres y que desayunes si es que no has desayunado, yo voy a desayunar, porque hay que ver que par de dos y que bromas tan pesadas, ahora que ya vamos viejos, parece que nos da por estas bromas tan horrendas! –¡Desayuna José y luego cumple a rajatabla lo que yo te pido! –¡Si, hombre s–, ha, ha, ha!, ¡hay que ver en que damos!
Mario se aleja y José vuelve a la cocina, se sienta a la mesa y desayuna su desayuno ya frío, desayunando piensa para sí que tanto Mario como Vicente están por gastarle la broma de lo más desagradable que puede haber; pensando en ello, no termina todo el desayuno y adopta la decisión de ir hasta el hogar de Mario para despacharse a gusto con él! Abre la típica puerta de dos hojas de su hogar, y al salir a la era, vislumbra en su prado y los colindantes unas pasadas muy marcadas, se allega a las primeras, que son el linde de tierra y hierba de su era, y observa con gran sorpresa, que son pasadas de pie humano, y toda la forma es como si la hierba estuviese quemada por el fuego, así, unas tras otras, hasta perderse en un atajo luego de los prados.
Su confusión es ingente, jamás en su vida ha visto nada igual, se dirige hacia el hogar de su amigo Mario, y al llegar ya ve la mesa mortuoria para recoger las condolencias, luego la capilla ardiente situada donde era su habitación, los familiares compungidos velando el cadáver de Mario, que viste la misma ropa que la que tenía cuando con el habló hace tan sólo una hora.
José se arrodilla ante el cuerpo sin vida del amigo, y reza con gran devoción. Hecho esto, se despide de los familiares y se dirige hacia la zapatería de Elías, llegando le pregunta que si tiene Mario algo pendiente con él, le responde Elías que tan sólo son 0.60 €, ya que él no tenía cambio para cobrarle. José tenta de pagar los 0.60 € , a lo que Elías se niega aludiendo que no tiene importancia, que eso le puede ocurrir a cualquiera, ya que la muerte, por lo general no avisa de su llegada. José le ruega que le cobre esos 0.60 €. Ante la firme insistencia de José, Elías cobra esa cantidad. Se despiden gentilmente luego de hablar con pena por la gran pérdida de un ser tan entrañable como lo fue Mario, en toda su estadía.
José yendo camino de su hogar, oye la voz de su amigo. No le ve, sólo oye la voz de su amigo Mario, ¡gracias José!, ¡ahora ya estoy en el Edén, y mañana estarás tú conmigo! –¿Yo contigo? –¡Sí, por lo que yo sé, luego de mi entierro, tú fallecerás estando durmiendo y pasarás al Edén, y aquí seguiremos en nuestra amistad! –¡Siendo así Mario, hasta mañana pues! –¡Hasta mañana José!
José lleva su vida normal, nada dice de lo sabido, ni a sus hijos, nueras y nietos, y tal como Mario le dijo, acude al entierro, de regreso cena se acuesta reza como suele hacerlo desde niño a la noche y al levantarse, y durmiendo se muere. Su cuerpo al igual que Mario es velado y llorado, mientras ellos siguen en su amistad, ahora ya infinita.



CRONOPIO

Narrador y poeta, nació el 3 de julio de 1987. Reside en Villa María, Provincia de Córdoba, Argentina. Firma sus escritos bajo el seudónimo de Cronopio.




COSTEÁNDOME
de Cronopio ©

... perdurar está en mí,
ya se mezcla con la vida en torno de la caducidad en su punto medio.

El círculo más cercano, ya titila en su centro.
Reluce en él ya la espada vieja del torpe guerrero
tornando así, suaves hondadas de aquellos tiempos,
al empuñarme con altivo fervor en las calles de aquel pueblo

...y cuando me escape, sentiré de nuevo las ganas de enjaular mi espíritu,
pero hasta el día de los días, no me dejaré encadenar
pero hasta el día de los días, no se dejará encadenar.

Un trigrama me enceguece, por segundos brilla más
y eso que no tiene tiempos. Sin embargo
mal cuidado está y tiene poco de descontento.
no balbuceo deseos si construyo mi realidad, pero también solo me siento.

...y si es así no me relevaré, aunque sentiré mareos
porque hasta el día de los días, no me dejaré encadenar
ya que hasta el día de los días, no se dejará encadenar.

Ya solo, un atardecer contemplaré, el atardecer más intenso, mi historia o la del tiempo, ambos me cuidarán, ya saben de mis recuerdos.
Por eso el círculo estacionará eternamente por fin al crepúsculo en su centro.

Ese día, en esos días, puede que ya me deje atrapar. El viento y las hojas
saben llegar en buen momento.



CARTA A MI AMIGO...
de Cronopio ©

Cuando por fin descubrí la magia…
Decidídome a tomar esta frase por entendida,
cuando la noche y el día se cruzaron. No existe la oscuridad ni mi luna, no existe Luz sagrada ni sol.


20/12/09

Estimado amigo,
Sé que es en vano hablar de magia contigo, sin embargo no son tus labios los que me instigan el repetirte palabras encantadas, sino tus ojos extraños y dóciles los que me cuentan de tu pequeña llama alquímica que no demuestras por más hostil que pueda ser esta grey de monjes con vos…
Anoche, ANOCHE amigo mío, te puedo afirmar que sentí y me convertí en magia. Entre el clamor que instigaba mi ego a sentirme supremo, entre esa inmensa sensación de anchura dilatada y la absurda parálisis que siento al escuchar e interpretar los sentimientos de benevolencia, apaciguadores del ego supremo. Tontos conceptos que en estos tiempos se modernizan. (si sólo experimentaran el bien, qué feliz seria yo entonces). Ahí sentado al lado de mi duende, entre cactos y el mejor invento del hombre, la gente le dice “llamador de ángeles”, para mí no es más que hermoso sonido de eternidad. Ahí jugando con el silencio misterioso, previo al diluvio, cuando el viento retoma su vocación y habla, cuando en la calle ya no queda nada ni nadie, y hasta los nobles perritos callejeros que conocen cada rinconcito del barrio y alrededores no encuentran refugio alguno, como si en cada paso recordaran cuando los desterraron de sus preciados días fuera del cemento. En realidad no sé si correcto es hablar de temor, más bien denoté en sus llantos y en sus ojos la clara videncia del misterio…
En ese preciso instante fue que la magia apareció, mi cabeza ya no paraba de contemplar y contemplarme, el sonido me acariciaba los oídos y con los ojos ya podía ver mas allá, haciéndome de ciertas cosas invisibles. Momento mágico y eterno en el cual llegué hasta sentirme mal por todo lo que recibía, sabiendo que de eso me alimento, “compartir”. Pero a su vez, y como pasa siempre, que no fuera más que “yo” en ese lugar, sin interrupciones. Mi eterno dilema que, por ahora, el universo no quiere que me entrometa.
Un día mágico amigo, simple pero complejo, un día eterno, amigo…


CORNETAS DEL MUNDIAL !!!
de Cronopio ©

En los sueños, me escuché soñando.

dentro de un teatro te vi bailar y brillar, cantar, repetir plegarias estribas.
viajando en contra del viento me terminé perdiendo.
contento, ya sin el sonido de un eterno claxon.
pero me decapitaron por hablar de mis verdades, me colgaron de las piernas y desperté
tomando un vaso de agua tibia con el señor de la tierra.

y aun así, aunque ni siquiera sienta frío, me desesperan los sueños que con él no pensé.
el alma inmortal miente, mientras calma el agua que desborda en el río.
se construyen nuevas salidas desesperadas. son tenues, pero sirven para enfocarse.

extraño, solo y mareado, salgo, y vuelvo reconfortado, lleno de novedades, nuevos conceptos.
y... así!!! tal como te querían ver.
mientras tanto, me conformo con guardar la sonrisa más noble de vos.
aunque no sea ya tuya. la estúpida moral, es quien sólo me aqueja.

mis cien princesas bajan del árbol y... encuentras un mejor habitar.



PATRICIA K. OLIVERA

(Montevideo, Uruguay, abril 1970). Escribe poemas, relatos y microrrelatos bajo el nombre de Patricia O. (Patokata) en sus blogs Mis Musas Locas y Musas Cuenteras.
Participa en distintos, y diversos, blogs y foros colectivos.
También ha colaborado en distintas revistas literarias de la red como Palabras Diversas de España, Deliriums Tremens de Perú, Revista Poética Estacional Poe+ de España, Colectivo artístico Cultural Río Negro de Chile, Boletín Sociedad Uruguaya de Uruguay, Revista Literaria de Editorial Narradores de España, Revista Literaria Al otro Lado del Espejo de España, Raíces de Papel de España, entre otras (no menos importantes por no nombrarlas).
Es colaboradora frecuente de Revista Literaria Deglozel, El Escritor Errante, LaFanzine, Revista Literaria Papirando, Revista miNatura de la Breve y lo Fantástico, Revista Literaria Pluma y Tintero y La Ira de Morfeo.
Recientemente (2011) se ha sumado al staff de Revista Cultural Kya! y al sitio femenino Be Bloggeras, teniendo en ambos su columna de microrrelatos.
Miembro de Remes, Poetas del Mundo y Mujeres Poetas Internacional.
Aún no tiene libros publicados.




SELECCIÓN DE MICROS

EL ESCRITOR Y LA MUSA
de Patricia O. (Patokata)  ©

Otro papel en blanco y estrujado que vuela a la papelera, y van más de diez.
Duro oficio el del escritor que ha logrado un best seller con su primer libro, sin tener estudios en literatura y sin haber concurrido jamás a un taller literario; pero tiene estilo y un talento innato que, sumado a su afán constante de mejorar y perfeccionarse, lo han llevado a estudiar en solitario todas las técnicas.
De ése modo ha logrado hallar una manera única e irrepetible de crear con un sello indiscutible que le han valido la crítica favorable de los especialistas más importantes y, sobre todo, la admiración y el respeto del público.
–Tranquilo, te estás apurando. No sé que te sucede hoy que no logras captar lo que intento decirte. — le dice una hermosa mujer que está sentada a su lado en actitud relajada y que lo mira, con sus inteligentes ojos negros, mientras mantiene la barbilla apoyada en la mano izquierda.
–Lo siento Musa, estoy un poco distraído. Creo que saldré a tomar un poco de aire para despejar mis nebulosas, ¿me acompañas? Quizá juntos encontremos un tema que me llegue más fácil. –le responde él, extendiéndole la mano en señal de invitación.
La bella mujer la acepta y se levanta, su larga cabellera rojo fuego es larga y ondulada y su hermosura no opaca la de la túnica de seda que la dama lleva cruzada y que prende sobre el hombro izquierdo con una piedra brillante, de forma singular.
Parece una sacerdotisa griega escapada del Olimpo... es sólo la digna Musa de éste famoso escritor en potencia.   
Febrero 2011


HISTORIAS DE FANTASÍA
de Patricia O. (Patokata)  ©

Como cada mañana se levanta y se dirige a su computadora para crear un nuevo texto, ha creado sus mejores historias basándose en los sueños que tiene durante la noche.
En esta oportunidad ha dejado que su imaginación vuele detrás de unicornios ancestrales, ha apartando la vista de la pequeña pantalla y cerrando los ojos se ha dejado transportar a tierras habitadas por antiguas estirpes.
Cuando vuelve a posar sus soñadores pies sobre esta tierra de simples mortales, dispuesta a continuar con renovada inspiración el relato que había comenzado, comprueba maravillada que las letras han desaparecido y en su lugar un apuesto elfo montado sobre una criatura alada le sonríe con un pícaro guiño y desaparece, dejando en la pantalla en blanco una lluvia de estrellas.
Diciembre 2010


ESCURRIDIZA
de Patricia O. (Patokata)  ©

Se fue como llegó, dando volteretas en el aire, dejándose llevar por el viento...
Así son las hojas de otoño, escurridizas...poco propensas a permanecer en un mismo sitio por mucho tiempo...
Diciembre 2010



KARINA MADARIAGA

(San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires, Argentina)
* Profesora de Castellano, Literatura y Latín, Licenciada en Letras, desarrolla una intensa actividad cultural y educativa en el noroeste de la provincia de Buenos Aires y sur de Santa Fe, como docente en los niveles secundario y terciario.
* Jefe de Departamento del área de Arte y Comunicación del centenario Colegio Nacional “Justo José de Urquiza”, propicia proyectos como “Cuarto Recreo”, ciclo de cortometrajes a cargo de los estudiantes o el Programa provincial de Lectura en la Escuela.
* Socia fundadora de la ONG Acuerdo Ambiental, coordina el Proyecto “Autores Regionales” integrando a la temática ambiental el patrimonio cultural de la zona.
* Ha expuesto en las Ferias del Libro en Buenos Aires, San Nicolás de los Arroyos, Villa Ramallo, El Paraíso, Pérez Millán y en el Congreso Internacional de Educación de Tucumán.
* Dirige Talleres literarios en establecimientos educativos, de valorización de la naturaleza y la cultura regionales.
* Es autora de los textos didácticos y estudio preliminar del libro “De acuerdo con Astul: Vuelo de raíces”, basado en textos de los autores Astul Urquiaga, padre e hijo.
* Asesora didáctica de la Cooperativa de Teatro “Martín Coronado”, de Carapachay, coordina las acciones de selección, preparación y difusión de lecturas de los textos teatrales en consonancia con otros, relacionados, del corpus cultural de la zona. Referente del Proyecto “¡Vamos al Teatro!”.Ha expuesto al respecto en Congreso de COELI (Centro de Estudios lingüísticos internacionales) y en el marco de GETEA Grupo de Estudio del Teatro argentino.
* Expositora en diversos ámbitos académicos, como la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, en el marco de las Jornadas internacionales “Borges Lector”, con su investigación “Hormiga Negra: gaucho real que se parece a la vida”.
* Prologuista de la Antología regional “Mutar en otros vientos”, del Círculo de Escritores de Ramallo.
* Colaboradora de suplementos culturales de la región.
* Organizadora de Muestras anuales de artistas plásticos, relacionadas con improntas culturales diversas (teatro, literatura, fotografía, etc.).
* Jurado en diversos certámenes y convocatorias.
* Escritora, ha incursionado en los géneros poético, narrativos y prosa poética, siendo estudiados sus textos en diversos ámbitos escolares.

PREMIOS
* Primer Premio en el Certamen provincial 2010 “Ginés García”, organizado por la Dirección general de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, Programa Cultura en la Escuela, con edición de Antología..
* Mención especial en Certamen Destacados 2011, organizado por el Instituto Cultural latinoamericano, con edición de Antología.
* Tercera Mención _en Certamen Provincial “Emma Mosto”, Categoría Cuento.
* Primer premio Concurso “Cuento breve” de la Editorial Yaguarón, de San Nicolás de los Arroyos.
* Primer premio del Certamen CER (Círculo de Escritores de Ramallo.
* Primer premio del Certamen “Vivencias” de Ramallo.
* Menciones especiales en Concursos poéticos “Un Poema a María Auxiliadora”,
* Mención especial en Concurso de Poesía de la Biblioteca de Lobos
* Mención especial en Certamen poético Homenaje a Astul Urquiaga, de Astul Espacio de Arte.


CASA DE AUSENCIAS
de Karina Madariaga ©
Epígrafes de Ginés García

¡Cuánto pobre sueño mío
en tu mirada olvidado!
                                                                                                                     
Un solo cable de luz recorre la villa.
Una arteria seca y negra que marca el día y la noche.
Una soga humana para decidir las lunas y los soles.
El cordón umbilical que muestra, sólo un poco,
            los cartones encimados
                        los perros y sus heridas
                                   los viejos y sus heridas
                                               los niños y sus heridas
                                                           los bebés y sus heridas
                        (Las heridas de la vida. La vida misma herida)
                                               los trapos gomosos y mojados
                                   el olor de la orina en los rincones
                        el amoníaco evanescente en los árboles
            el susurro de los árboles centenarios
el susurro del amor en los troncos vegetales
el aprender a escribir en la piel del árbol mayor
            el corazón grabado en la corteza casi humana del hermano vegetal
                        las tetas secas de las doñas
                                   los pezones dulces y oscuros de las vírgenes
los mocos verdes que ya maduran de los resfríos infantiles
            los ojos secos que ya no brillan de los viejos pobres
                        las camas calientes abrazados a los perros
                                   los amores perros.
            Dar a luz. El caos. El amor.

La primera ilusión, el bien primero,
el miedo heroico de quererte en vano

La vida empuja, la vida no es precaria, embruja.
Hay más amor en estas zanjas que en todos los pavimentos.
Los ojos brillantes y las dilatadas pupilas del amor sin vergüenza.
Los negros sinvergüenzas. Manos negras en negras trenzas.
            Las manos calientes del amor.
                        Los labios húmedos de las pibas de la villa.
                                   Los brazos de barro de los pibes mozos.
                                               Los cabellos esponjados de humo.
                                                           El amor y la quema. El amor quema.
                                               Las venas azules de los brazos abrasados.
Las camas increíbles con increíbles frazadas.
La cama de hojas lanceoladas de menta bajo el amor.
La sábana de los yuyos verdes y fornidos bajo el amor.
Los pétalos entumecidos, perfumados, suaves después del amor.
El eucaliptal dormido y su exhalación nocturna, despojada,
serena y enamorada, soplando desde la barranca… su olor.

Un chorro de agua en el rincón cercano
se rompe en el tazón de mi memoria.

Acá no hay fuentes de agua para adornar y menos para beber…
Acá se toma cuando se puede. Acá se toma como se puede.
Nos niegan el agua –¡el agua!– y nos mantienen con caña.
Y nada más hay una sola canilla, muerta de sed,
una sola canilla que no hace la lluvia ¿ven?
Pero gracias al cielo la lluvia no nos olvida, no quiere,
aunque también es cierto que ayudamos bastante:
            cuando los tachos secos como los pechos de las miserables rechinan
            y hay algo en los párpados turquesa que tientan el cielo
            y hay algo en el canto del gallo desafiante
            y hay algo en el canto de los pájaros para que amanezca
                        ¡gracias a nosotros el cielo no nos olvida!

Cae la lluvia silenciosamente
sobre otra lluvia triste de hojas muertas

Y la lluvia fecunda los tachos y el agua repiquetea en las latas
y la tierra y sus polvos se aplacan
y las pupilas se humedecen porque el cielo llora
su elegía insípida, líquida, inodora…
Nace el barro en los pies desnudos, nacen los pies del barro oscuro,
se mete y hace ruidos y aplausos entre los dedos descalzos
y aparece en la piel de los pescados, y enturbia sus ojos sudamericanos.
            La villa es un pez extraño, imposible…el villorio agonizante resiste:
            las escamas de la villa, las chapas como escamas marchitas;
            como los ojos negros de los peces vivos,
            son los ojos de brea del último muerto amigo;
            los baños en el río y el amor en el arroyo;
            la última ahogada en el remanso tortuoso,
            en el cauce para siempre perdida;
            las semillas del amor en el barro de las manos
            enjuagadas con el agua fecunda del gran río;
            el padre río y sus peces de plata y oro, enamorados
            de aquellos primeros hombres y sus sueños dorados.
            La villa sabe en su agonía crepuscular
            de los escapes furtivos en la noche.
            Entre los árboles, de plata es la luna una pandereta,
            como una lata de duraznos sangrantes recién abierta.
            Brillante sobre los eucaliptos, ángeles custodios, la luna…
            Astro angelical de blancura y dureza, cual hálito de bruma
            nos visita, no nos deja, no se apaga, a pesar de todo…
Toda la luz de la villa dependiendo de que nadie corte la luz,
la noche a la espera de que alguien desenchufe el cable…

…para que vele tu sueño
y, en tu dormida ignorancia,
no sepas que hay un insomnio
que, entre las sombras, te aguarda…

En una letrina una luz inexplicable persiste.
En una letrina la blanca luz candorosa ilumina.
En una letrina la madre dice que todos esos,
especialmente todos y esos, son sus hijos.
El señor ha hecho en ella grandes cosas.
Los árboles son testigos, pero
la villa duerme, duerme tranquila el pulso de la risa
El señor hará por ella grandes cosas.
Pero la villa aún no lo sabe.



SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 52 – Marzo de 2012 – Año III
ISSN 2250-5385
Exp. 967627, Dirección Nacional de Derecho de Autor.
Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
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