viernes, 1 de junio de 2012

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 53 – Junio de 2012 – Año III
ISSN 2250-5385
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral)

Sumario:
• Patricio BOTTOS (Argentina – España)
• Liliana Susana DOYLE (Argentina)
• Laura OLALLA (España)
• Gastón MARZIO (Argentina)
• Luis WEINSTEIN (Chile)
• Amalia ABARIA (Argentina)
• Pedro VERA - TRINIDAD (España)
• Samuel LIJOVITZKY (Argentina – Israel)
• Jorge Antonio GAVIOLA (Argentina)
• Rodolfo Virginio LEIRO (Argentina)




PATRICIO BOTTOS

Nació en 1976 en Buenos Aires. Estudió Relaciones Internacionales en su ciudad natal, y desde 2003 vive en Barcelona. Trabajó un tiempo en consultoría. Hoy –dice–  intenta escribir, filmar y sobrevivir como puede.
En 1996 realizó su primer taller de narrativa, coordinado por Diego Paszcowski (Premio La Nación de Novela). Gracias a Juan Sabia pudo conocer a Liliana Heker, con quien hizo taller desde 2000 hasta 2003. De 2006 a 2008, trabajó los textos con Alejandra Laurencich. Estos relatos los compiló en un libro: Generación perdida.
En 2004 obtuvo el Primer Premio del Concurso Sant Jordi de relatos (Universitat Pompeu Fabra - Barcelona), y en 2009 el relato Gachiñu fue seleccionado para participar en el Encuentro Cultural Passo de Guanxuma (Universidad General Sarmiento - Buenos Aires). En 2011 acabó el trabajo Carver vs. Carver, en el que analiza las diferentes versiones de los relatos del escritor norteamericano. Ahora está trabajando en una novela.
Desde 2004, publica en los blogs En Barcelona y Pez Plátano (taller literario). Desde enero de 2012 está publicando su libro Generación perdida en formato blog. Hoy se publican en este Suplemento dos ejemplos de esta obra.

http://grantaller.blogspot.com/  (Taller literario Pez Plátano)
http://patriciobottos.wordpress.com/  (Generación perdida)


JUEVES, SEIS Y CUARTO
de Patricio Bottos  ©

–¿A qué hora llega? –dice la mujer.
–A las seis y cuarto –contesta el hombre sentado frente al pocillo vacío.
Casi no hay gente en el lugar. El mozo, parado contra la barra, conversa con el cajero. El hombre y la mujer miran por la ventana, que da a los primeros andenes.
–¿Hoy qué día es? –dice ella.
–Jueves, jueves veinticinco.
–Qué cosa…
–¿Qué?
–Qué cosa cómo pasa el tiempo –dice la mujer.
Una voz femenina monocorde suena por los altavoces.
La Costera anuncia el arribo de su servicio proveniente de Santa Rosa...
–¿Esa línea es nueva? –pregunta ella.
–¿La Costera? Qué va a ser nueva… si tiene como chiquicientos años.
La mujer se coloca los anteojos de ver de cerca y mira a un grupo de muchachos que caminan por los andenes.
–Sacate esos anteojos, querés –dice él. Te vas a arruinar la poca vista que te queda.
La mujer parece molesta. Se quita los anteojos y vuelve a mirar por la ventana. Los anteojos, sucios de polvo, quedan colgando de su cuello por una soguita.
–¿Sabés qué soñé ayer? –dice ella.
–No, ¿qué soñaste?
–Soñé que volaba. Venía andando en bicicleta... ¿cuánto hace que no ando en bicicleta? Venía andando en bicicleta, digo, con el vestido blanco ese largo, por la cuadra de casa, y en eso... empezaba a volar, así nomás.
El hombre se sonríe levemente. Luego suelta una carcajada.
–¿Qué te pasa? –pregunta la mujer.
–Como en E.T. –dice el hombre entre risas.
–La vimos ayer en la tele, ¿no? Ay, qué gracioso.
El hombre piensa un rato.
–Yo no soñé nada –dice él.
El hombre hace girar en su mano un sobre de azúcar vacío. Hay azúcar desparramada en la mesa.
–Dicen en la radio que hace un frío polar –dice ella.
–¿Dónde?
–Allá, en el sur –dice la mujer, y apoya sus manos sobre la mesa.
La mujer toma una servilleta de papel y limpia sus anteojos. Hace una bolita con la servilleta sucia y la coloca en el cenicero de metal. Abre su cartera y extrae una foto ajada.
–Cómo cambió todo desde que se fue. A lo mejor le va a costar un poco adaptarse –dice ella mirando la foto, en la que se ve una mujer joven con un bebé en brazos. Aparta poco a poco la foto y dirige la vista a los andenes.
–¿Qué hora es? –pregunta.
–Seis y... –el hombre empieza a responder mirando todavía por la ventana. Luego mira su reloj pulsera y se corrige: –Las seis. Seis en punto.
Él llama al mozo y le pide la cuenta.
La voz femenina continúa sonando por los parlantes.
–Cai-hue anuncia el arribo de su servicio proveniente de Río Gallegos por andén número setenta y dos.
La mujer se pone de pie sobresaltada. El hombre tarda un poco en levantarse. Mira al mozo que viene con la cuenta, le entrega unos billetes y sigue a la mujer. Ambos caminan por la terminal. Ella se peina y se mira en un espejito redondo y él, que va detrás, la guía tomándola del codo. Atraviesan un mar de gente y salen por una puerta hacia los andenes.
Entra un ómnibus en el andén setenta y dos y estaciona lentamente. Se apaga el motor y se abre la puerta. El hombre y la mujer esperan al comienzo del andén, tomados de la mano. Ella se coloca los anteojos. Los pasajeros tardan en bajar.
–¿Pensás que se va a acordar? –dice la mujer.
El hombre la mira, baja los párpados y asiente pesadamente. El primero en bajar es un señor gordo, vestido con unas bermudas, sombrero y una campera cazadora que aumenta más su volumen. El último es un chico de unos veinte años. La mujer, brusca, le suelta la mano al hombre. Levanta el brazo y camina hasta el chico.
–¡Ricardito! –grita la mujer. Abre los brazos y aprieta al chico contra su cuerpo–. ¿Cómo estás?
El chico no contesta el abrazo de la mujer. Mira a los demás pasajeros.
–¿No me saludás? –dice la mujer.
–Me debe estar confundiendo con otra persona –dice el chico.
La mujer gira su cabeza fugazmente, como llamando al hombre. Él se acerca.
–¿No te acordás de papá? –dice ella.
El hombre mira al muchacho. Luego apoya suavemente una mano en la espalda de la mujer.
–No es él, Estela. No es él –le dice al oído.
El muchacho levanta la mochila del piso. Mira a la pareja un poco molesto. Se calza la mochila en la espalda y camina hacia la salida. En el camino se da vuelta, vuelve a mirar a la pareja, y se coloca unos auriculares en las orejas.
La mujer mira al muchacho con la boca levemente abierta. El hombre mira su reloj, mira el micro, la mira a ella. Los dos parecen perdidos. No va quedando nadie a su alrededor.
–¿Viste cómo miraba? –comenta la mujer en voz baja con la vista perdida en los andenes.
Él no le contesta. Se muerde el labio inferior y se pasa las manos por la cara. Le acaricia la cabeza a la mujer, la toma del brazo y caminan hacia la salida. Por los altavoces se siguen anunciando horarios y líneas de autobuses.
–¿Y el del lunes a qué hora llega? –pregunta la mujer.
–Los lunes, ocho y media –responde él. Hace una pausa–. Los jueves, seis y cuarto. Como siempre.


ROSAS BLANCAS
de Patricio Bottos  ©

Dante se mira en el espejo. Repasa con la mano la tersura de su cara recién afeitada. Se peina. Se viste con un vaquero y una camisa celeste. Se asoma a la ventana de su cuarto: es una noche templada de marzo, hay algunas nubes y se está levantando viento. Agarra la cédula de identidad y la plata y se las coloca en el bolsillo trasero del jean. Guarda el reloj pulsera y las llaves en el bolsillo de adelante. Solo le queda hacer pis y partir. En el camino hacia el baño atraviesa la cocina, se detiene y saluda a su madre, que mira televisión a oscuras. ¿Te vas?, dice ella. Dante afirma con la cabeza. ¿Te quedás allá?, pregunta. Él asiente de nuevo. ¿No volvés hasta mañana? No, mamá, no. ¿Querés que te llame a una baby sitter? Dante percibe el reflejo del aparato en los anteojos de ver de lejos de su madre, dos destellos en la penumbra del ambiente. Ella tiene la vista fija en la pantalla. Dante abandona su objetivo de ir al baño. Se queda un instante ahí parado, pensando en captar su atención. Estaban ricas las milanesas, está por decir, pero ella habla antes: llevate la campera, que dicen que va a llover.
La parada del colectivo está a dos cuadras. Dante piensa en su madre, y en que quizás debería buscarle alguna actividad. La jubilación la está matando, piensa, y va mucho más allá de la cuestión del dinero que cobra cada mes: Dante siente que vive con un zombie. Antes no era así: por lo menos se quejaba de los pacientes que llegaban tarde al consultorio del doctor. Cruza la calle. El viento trae aire de lluvia, un olor que lo fascina. Piensa que en un ratito va a ver a Caro, su novia, y de repente se siente alegre. Ella no sabe que él está yendo a su casa. Las sorpresas tienen este doble filo: pueden sorprender, o pueden caer mal. Pero si te aviso qué gracia tiene, le dijo él la última vez que ella le regañó que cayera por su casa sin avisar. A ver si te pesco algún día con las manos en la masa. Ja ja ja, respondió ella seria. No me causa gracia, le dijo. Dante sabía que a ella en el fondo le gustaban las visitas sorpresa.
El colectivo aparece al cabo de unos minutos. Está medio vacío. Dante elige su sitio favorito: fila del fondo, último asiento de la derecha, al lado de la ventanilla. El viaje es corto. Si el trayecto durara diez minutos más, se animaría a cerrar los ojos. Seguro que se dormiría rápido. Pero mejor no tentar la suerte, a ver si termina en Constitución, como ya le pasó alguna vez. La luz dentro del colectivo cambia a intervalos regulares de la oscuridad casi total a la penumbra, al ritmo de los faroles que van cruzando en la avenida.
Dante se acuerda de hace tres años, cuando todavía salía con Vanesa. Se veían siempre a medianoche. La quería, pero discutían muy seguido y por cualquier cosa. Con Caro llevan poco más de un año, y no se pelearon nunca. Él se siente enamorado, y se sentiría más todavía si ella se abriera un poco más. Caro no quiere que celebren nada, por ejemplo. Al primer mes de salir, él le regaló una rosa con una tarjeta. ¿Y cuando cumplamos un año una docena, no?, se le rió en la cara. Dante sabe que Caro es diferente a otras chicas con las que estuvo, y que no se fija en esas cosas protocolarias. Los detalles le parecen superfluos o exagerados. Prefiere la sencillez y las cosas espontáneas. Por eso me gusta más que las otras, se convence él.
El colectivo cruza Coronel Díaz a gran velocidad. A estas horas de la noche Santa Fe está vacía. Dante se agarra del pasamanos. Se levanta y toca el timbre. El chofer lo mira por el retrovisor, reduce la velocidad y se ubica en el carril más próximo al cordón. Dante desciende uno de los dos escalones de la escalera de la puerta de atrás. Está ensimismado haciendo cuentas. Hace trece meses y medio que salen con Caro. Ella no quiere celebrar nada. Pero ya cumplieron más de un año y él le quiere regalar flores. Si no sabe aceptar un regalo es un problema de ella. Cambia de opinión y sube el escalón. En esta no, en la próxima, le hace señas al chofer. En el colectivo hay apenas cinco pasajeros más. El vehículo cruza Pueyrredón, avanza cincuenta metros y se detiene al lado de un McDonald’s. Dante se baja.
Mira la vereda de enfrente y ve el puesto de flores todavía iluminado. Otro que abre las veinticuatro horas, se ríe, y se acuerda del puesto de flores de la esquina de su colegio, que también abría veinticuatro horas, y que al día siguiente que lo cerró la policía se enteró que vendía droga. Un toldo de plástico transparente hace de cortina al viento del sudeste que ahora sopla con más fuerza que hace un rato. La tanda de coches ya ha pasado y la avenida está desierta. Cruza Santa Fe por la senda peatonal, el muñeco del semáforo todavía en rojo. Se acerca al puesto y va pensando en qué flores comprar. A él le gustan los jazmines, aunque sabe que son un poco cursis, y además en otoño no hay. Un ramito de fresias podría ser una alternativa, pero no alcanza a tener la envergadura que él le quiere dar al regalo. Ni aunque comprara dos ramos. Saluda a la vendedora, una señora gorda de rasgos andinos que está sentada de brazos cruzados, abrigada hasta la nariz, viendo una tele en blanco y negro con interferencias. ¿Qué tenés?, pregunta Dante, y recorre las caras del puesto hexagonal buscando el regalo perfecto. La mujer enumera una serie de flores e incluso plantas. Señala un cactus en una macetita rectangular, dos pequeñas esferas pilosas que emergen, una sobre otra, de un mar de piedritas blancas. Como regalo es original, reflexiona él, pero un poco frío. ¿Y estas rosas?, señala un tacho beige en la parte interior del puesto. Esas son buenísimas, señor, le dice la mujer, son rosas blancas colombianas. Lo de señor le transmite cierta solemnidad al momento que Dante preferiría haber obviado. Se pone de cuclillas y las huele: no tienen ningún perfume. Pero se ven bonitas. Dante va a comprar rosas blancas, pero no sabe cuántas. Dame nueve, por favor. La señora se levanta de la silla por primera vez. Doce es muy obvio, analiza él, tres es muy poco, y seis suena mitad. Nueve es un buen número, se convence.
Dante siente ganas de hacer pis. Debe ser el frío de la noche. Debería haber ido al baño antes de salir de su casa, en vez de discutir con su madre. La mujer alinea las rosas sobre un papel celofán transparente con pintitas rosas, y va intercalando ramitas de helecho. Los tallos miden casi cincuenta centímetros y no tienen espinas. Rosas sin espinas y sin perfume. Son unas bellas rosas blancas mutantes. Dante paga. La señora gorda recibe el dinero, agradece, y guarda el billete en algún lugar entre su polera y su pecho, quizás debajo del corpiño. Él se queda impresionado con la simpleza y contundencia del sistema de seguridad. Saluda y se va con su ramo. Vuelve a la esquina para cruzar otra vez Santa Fe. Siente que la vejiga le estalla. Planea una parada técnica en el McDonald’s. Una chica con camisita a rayas, chaleco y visera pasa el lampazo en la entrada. Hay muy poca gente y están por cerrar. Dante dirige una mirada rápida a las cajas y se apura a subir al primer piso sin que lo vean. Orinar sin pagar un centavo, ese es su objetivo. Hace un mes, la última vez que le cayó a Caro sin avisar, ella todavía no había vuelto de la facultad. Dante se quedó esperando que llegara. Hasta que le vinieron ganas de hacer pis, unas ganas tremendas que solo se explican por el frío o la excitación. El retraso se convirtió en un calvario. Por eso, mejor asegurarse una espera tranquila.
En el final de la escalera del primer piso hay una señal amarilla en forma de techo a dos aguas que anuncia que el piso está húmedo. Dante analiza sus pisadas con detenimiento y entra en el baño de hombres. Todo huele a desinfectante y a frutilla. El piso está impecable. Detrás de la puerta, una hoja en una placa de plástico da fe que la última limpieza ha sido a las 23:30 hs., y que el encargado ha sido Ariel. Dante mira su reloj en el bolsillo: han pasado siete minutos de la limpieza. Hay dos mingitorios, uno de ellos ocupado por un muchacho, y, en el fondo, un inodoro vacío. En un primer momento Dante piensa ir hacia el inodoro, porque no puede hacer pis si tiene alguien al lado. Pero luego reflexiona que es un simple pis, y que va a ser molesto meterse en el cuartito de uno por uno con el ramo de flores de medio metro. Por eso apoya las flores contra la pared, los tallos mutantes perpendiculares al piso, y se para delante de la cerámica blanca del mingitorio. Se baja el cierre y mira la rejilla, buscando con la vista la naftalina que acaba de sentir con el olfato. Sucede lo de siempre: el pis no sale. El muchacho a su costado murmura una canción en voz baja. Es una cumbia bastante conocida. Dante intenta mirarlo por el rabillo del ojo. Su discreción lo lleva a observarle simplemente los pies. Lleva unas zapatillas de basket Nike de color blanco y plateado. Sube y baja la punta del zapato izquierdo marcando el ritmo de la canción. Dante se acuerda de lo que le decía su papá de chiquito, cuando todavía vivía: cuando no puedas hacer pis pensá en un río, un gran río que baja por la montaña. No falla, le decía. Dante entonces focaliza ese cauce que fue construyendo en su cabeza por partes, en diversas ocasiones que pasó por el mismo trance. El agua resuena; fluye limpia y cristalina en medio de una estepa. El río se atora por momentos y se generan en la superficie pequeños remolinos de espuma verdosa. El muchacho de al lado se aclara la garganta, un carraspeo grotesco que lacera el silencio del baño. En el momento en que Dante siente que el chorro de pis sale, por fin, liberando su vejiga, el muchacho de al lado suelta un escupitajo que se estrella contra los azulejos blancos, una flema verde y traslúcida que queda colgando de la pared, al costado de los caños de agua. Dante fija la vista en la escupida y luego busca la cara del muchacho, que ya no está en la misma posición: se ajusta delante del espejo el elástico del pantalón, un equipo de gimnasia Adidas color azul. Se acomoda el pelo. Canta en voz más alta y distingue la mirada recriminatoria de Dante.
–¿Qué mirás, puto? –le dice con una mueca en la boca y sale campante.
Dante lo ve de espaldas: debajo del buzo, también azul, sobresale la camiseta de la selección argentina. La puerta se cierra y emite un leve crujido. Dante acaba de hacer pis, y almacena en algún rincón de su conciencia el río cristalino de la estepa. Se lava las manos, recoge las flores y sale del baño. Nota que el piso afuera está seco y que han quitado el cartel. Baja las escaleras y sale del local. Afuera, la chica que antes limpiaba el piso ahora cierra una bolsa verde gigante, la última de una fila de cuatro, con los desechos del restaurante. Una mujer con dos nenes le conversa: quizás le pide que le deje abrir las bolsas y buscar algo de comer. Dante camina por Santa Fe hacia Pueyrredón. Pasa delante de una disco gay: se escucha música house que viene del sótano. Dos patovicas en remera mascan chicle y hablan entre ellos. A pocos metros cruza dos travestis. Gracias, papi, ¿son para mí?, dice una. La otra le tira un beso. Dante apenas asimila el cumplido: se siente incómodo. Su antídoto es caminar con firmeza. Luego le caen, una a una, las palabras que le acaban decir: se están refiriendo a las rosas. Las travestis han quedado atrás. Él se gira un par de segundos, lo suficiente hasta asegurarse que han visto su sonrisa, que es su única respuesta. Dante continúa su marcha y escucha las risas, que ahora se mezclan con el caño de escape de un colectivo que pasa por la intersección de las dos avenidas.
Al llegar a la esquina de Pueyrredón Dante gira en dirección a Charcas. Camina y oye, además del choque de sus zapatos contra las baldosas, un ruido de rulemanes cada vez más cerca. Mira hacia la avenida desierta y ve pasar a un hombre con un carrito de supermercado. Va hacia el Once. En el carro lleva una carcasa de un sistema de ventilación, o algo por el estilo. Los latones de zinc se bambolean y producen unos aleteos sinusoidales. Dentro del carrito hay, además, un niño de unos tres años, sentado en el asiento plegable. Está descalzo y sostiene las chapas con sus manos pequeñas. Dante se pregunta cómo puede ser que ese nene esté ahí a esta hora. Y descalzo. Cuando él era chico no se veían niños descalzos por la calle a medianoche. Al llegar al final de la cuadra cruza Pueyrredón y toma Charcas. Los faroles no funcionan. El corte de luz se extiende varias manzanas en dirección a Plaza Italia.
Llega a la mitad de la calle. Sube los cuatro escalones del pórtico del edificio de la novia y toca el timbre en el portero eléctrico, que parece un atril. Nadie responde. Dante mira su reloj en el bolsillo y ruega que Caro haya llegado de la facultad. Al rato oye su voz.
–¿Sí?
–Linda, soy yo.
Ella tarda en responder.
–Estoy con el otro. No podés subir.
–¿Ah no?
–No.
Los dos se ríen.
–Ahora bajo.
Dante observa un buen rato el ascensor inmóvil en la planta baja. Camina unos pasos y se asoma a la entrada del edificio. De Pueyrredón hacia Callao sí que está iluminada la calle. Los faroles se bambolean con las ráfagas de viento, que arrastra ahora hojas de árboles, papeles y hasta botellas de plástico. Dante vuelve al portón de vidrio. El ascensor continúa en la planta baja. Se debe estar cambiando, piensa.
Pasan dos muchachos por el frente del edificio. Dante solo alcanza a percibir el final de su paso. Uno de los muchachos se detiene.
–¿Tenés hora? –le dice.
A Dante no le gusta que le pregunten la hora en la calle. Aunque no lo quiera reconocer, es uno de los motivos por los que, desde hace años, lleva el reloj en el bolsillo en vez de en la muñeca.
–No tengo –dice– pero deben ser las doce menos cuarto.
–Gracias –dice el muchacho, que apenas pronuncia la ese final.
Dante mira las rosas del paquete y, repentinamente y sin detenerse a contarlas, le parecen menos de nueve. Tiene el incómodo presentimiento de que la señora del puesto lo timó. Cuenta las flores y se tranquiliza: lleva un ramo de nueve rosas blancas. Al levantar la vista hacia el final del pórtico observa algo que le causa mala espina: el muchacho que le ha preguntado la hora está parado de espaldas en el extremo izquierdo de la entrada y su compañero en el derecho, como patovicas de disco. Miran hacia ambos lados de la calle, un pie apoyado en la pared. Dante no consigue siquiera darle forma a su mal presagio: uno de los muchachos avanza por el pórtico. Su figura va quedando iluminada a medida que se acerca. Es un chico de melena enrulada que no puede superar los diecisiete años. Tiene la nariz ancha y chata, y los labios gruesos, como a punto de estallar. Dante repara amargamente en la vestimenta: lleva equipo Adidas y zapatillas blancas. Es el chico del McDonald’s. Dante mira rápido al interior del edificio: la luz del indicador del ascensor pasa del dos al tres, y continúa ascendiendo. Dante todavía no reacciona. El chico lo agarra del cuello con una mano y lo empuja contra la puerta de vidrio. Dante suelta el ramo de flores.
–Dame todo lo que tengas –dice el muchacho.
Le apunta con algo desde el bolsillo del buzo. Dante observa el supuesto caño que se esconde detrás de la tela azul. Es una punta demasiado fina y un tanto corta. Bien podría ser un simple dedo. Dante le mira los ojos, ojos rojos de párpados a media asta, como los de un fumado.
–No tengo nada –dice, aunque comienza a rebuscar en el bolsillo trasero del pantalón.
–¡Quemálo, Poronga! –grita el otro desde la entrada.
–¡No te hagás el pelotudo! –le estruja y afloja el cuello–. Dame todo. Reloj, billetera, todo.
El chico tiene aliento a vino. Dante quiere resistirse, pero su cuerpo no le obedece: ofrece su palma como patena con el contenido del bolsillo trasero del pantalón. El muchacho de rulos manotea el botín. Le mete la mano en el otro bolsillo trasero y luego le revisa los bolsillos de la campera.
–¿Solo esta mierda tenés, pelotudo? –lo zamarrea.
Dante analiza el botín que le refriega el chico en la cara. Junto a los cinco billetes de diez está su cédula de identidad. Al muchacho le tiembla la mano.
–Esta dejámela –dice Dante, y manotea su documento.
El chico de rulos lo mira incrédulo. Analiza si falta algún billete y vuelve a la carga.
–¡Forro dame todo que te mato! Dame la billetera, conchudo. Dame el reloj.
–No tengo, no tengo.
–¡Poronga, quemálo! –dice el de la entrada.
–Dame el reloj.
–Ahí tenés la guita –Dante señala los billetes con la cabeza–. No tengo más nada.
El de la puerta chifla. El joven de rulos lo mira y abre grandes los ojos, en lo que parece un esfuerzo descomunal por permanecer despierto. Cierra la mano derecha, la misma en la que sostiene el dinero, y le lanza un puñetazo que aterriza de lleno en la mandíbula de Dante. La segunda trompada le da en el esternón. Dante se estrella contra el marco de metal de la puerta, cae al piso y siente que se queda sin aire. El que monta guardia a la entrada sale corriendo. El muchacho de rulos camina hacia atrás dos pasos y mira a Dante desparramado en el suelo.
–Ni se te ocurra gritar, pelotudo –lo amenaza con la mano izquierda en el bolsillo del buzo. Se detiene y arremete contra él otra vez. Le lanza una patada a las costillas. Dante se acurruca pero no puede esquivar el impacto. Mira de reojo las luces del ascensor, que pasan ahora del ocho al siete.
–¡Forro! –el muchacho de rulos patea el ramo de flores y le clava un escupitajo en la campera–. Gritá y te mato –dice y sale corriendo.
La luz del ascensor pasa del tres al dos. Dante intenta respirar por la nariz. Un gusto a sangre le sube por la tráquea. Se siente abatido por un relámpago de maldad humana. Siente que le baja la presión y que el pecho se le está por partir. Oye el chasquido de las puertas del ascensor en la planta baja. No mira hacia dentro, sino hacia el ramo de flores deshecho: una de las rosas ha quedado decapitada, otras dos tienen el tallo quebrado. El celofán de pintas blancas que las envolvía está roto y sin posibilidad de arreglo.



LILIANA SUSANA DOYLE

Reside en San Fernando, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Maestra normal nacional y profesora, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Diploma Superior de Inglés de la A.A. de Cultura Inglesa. En el Instituto de Formación Docente nº 117 de San Fernando coordinó Talleres de Expresión Oral y Escrita, y uno de Literatura y Folklore, tras un concurso de antecedentes y oposición. En 2001, formó parte del Grupo de Expertos para la Evaluación de la Calidad Educativa en la Provincia de Buenos Aires y realizó cursos de perfeccionamiento. Actualmente enseña lengua y literatura, así como inglés, en establecimientos educativos locales.

Obras diversas y distinciones literarias:
• Carlos Urquía publicó en 1974 su primer poema en la revista del Club San Fernando. Luego fue publicada en San Fernando en la Poesía, de la que fue co-directora junto a Francisco Vázquez y Tomás Scusceria Mufatti. Su primer poema en libro fue en Antología del Club de Poetas, de Juan Manuel Fontenla (1978).
• Participó en más de cincuenta antologías de poesía, cuento y literatura infantil, tanto locales como nacionales e internacionales.
• Recibió premios y menciones a nivel local, nacional e internacional, entre otros: Juegos Florales Juglarescos zonales; Concurso José Pedroni, de Santa Fe; Primer Premio en Varsovia, Polonia, 1981; Mención Especial Pablo Neruda en el II Concurso Bi-Nacional de Poesía Argentino-Chileno, 1981; dos menciones Concurso AVON de Cuentos, 1994; Mención Especial en Certamen Digital La Cultura del Amor Mil Milenios de Paz (ONG), 2011.
• Fue jurado en distintos certámenes de cuento y poesía, entre estos, los Torneos Bonaerenses en su etapa municipal, y el de cuento y novela para jóvenes organizado para el Bicentenario de San Fernando, en 2005.
• Asistió a diversos Congresos de su especialidad. Participó en una mesa redonda organizada por el escritor Juan José Delaney en el II Simposio Internacional de Estudios Irlandeses en Latinoamérica, Buenos Aires 2007, y debutó como cantautora en un encuentro en la Biblioteca Nacional sobre “El Amor loco”. Sus poemas se difundieron por Radio Splendid y Radio Municipalidad de Buenos Aires. También fue publicada en “The Southern Cross”, diario irlandés de la Argentina.
• Actualmente es Vocal del Círculo de Escritores de San Fernando y de SADE Seccional Delta Bonaerense, de la cual fue Presidenta. Pertenece a la red La Voz de la Palabra Escrita Internacional, presidida por la escritora Alicia Rosell, de Bilbao, España. También fue miembro de la revista on line Artecolor Internacional dirigida por la escritora Alondra Gutiérrez Vargas, de Costa Rica. Fue presentada en ambas por la escritora cubana Juanita Pochet Cala. También es miembro de Poetas del Mundo Unidos por la Paz.

Ha sido incluida en:
Un Siglo de Literatura Sanfernandina, diccionario comentado de escritores de San Fernando, 1900-2004, 2ª edición ampliada y revisada, 2009, de Alejandra Murcho y Hugo Boulocq.
• Todas las Artes, Todas (literatura, pintura, música, fotografía, escultura y grabado), de Alejandra Murcho, 2009.
Textos Escogidos de la Literatura Sanfernandina (cuentos), de A.Murcho y H.Boulocq, 2009.
Círculo de Escritores de San Fernando Atilio Betti, Antología 2009.
El Pez Volador, Antología 2009 SADE Delta.
• Antologías 2010 de SADE Delta y del Círculo de Escritores de San Fernando.
Antología Poética Chile, Tomo I, de Poetas del Mundo Unidos por la Paz, 2011.
Antología del Círculo de Escritores Atilio Betti, de Cuento y Poesía, 2011.
Cuentos para Niños, Antología de SADE Delta de cuento y poesía, 2011.

Premios otorgados por sus colegas escritores:
Orden del Juglar, SADE Delta, 1988.
Medalla al Mérito, Círculo de Escritores Atilio Betti, San Fernando, 2009.
Escritora Emérita, SADE Delta, 2011.

Obras en libros:
Diez autores en busca de un lector, de Carlos Pereiro Editor, 1987.
Mar Dulce, poesía, Ocruxaves, 1988.
Del gaucho y otras yerbas, poesía, Ocruxaves, 1991.
La otra palabra, selecc. de cuentos concurso AVON, Editorial Biblos, 1988.
Cuentos de Hadas - Fairy Tales, Ocruxaves, 2000.
Por siempre Grecia, poesía, Ocruxaves, 2001.
Black 47, relatos, Ocruxaves, 2005.
Historias del más allá, relatos, Ocruxaves, 2009.



EL HOMBRE Y EL ROBOT *
de Liliana Susana Doyle ©
Igual que un robot / sin piel.
Eladia Blázquez

Como un robot sin piel
ni sentimientos
que va ambulando, autómata,
en la vida,
con la máscara fría de la muerte,
la insensibilidad a flor del hueso.

Como un robot humano que desgasta
fibra tras fibra un íntimo universo.
La mirada sin sangre se detiene,
se estupidiza y fija en lo innombrable,
se estanca en la quietud de lo vacío,
de la vida vaciada de sustancia,
de la vida sin meta ni futuro,
de la lenta maraña de lo oscuro
que carcome por dentro.

Como un robot con ojos de silencio
que se pierde en la sombra.
Como un eco
de inefable sustancia de infinito
que no recuerda nada de su origen
misterioso en el cósmico universo.

Como un robot sin piel, sin huesos, nada.
Como autómatas fríos, indistintos,
burda copia fugaz de un ser eterno,
descendiendo en la muerte, aún con vida,
por olvidar la gracia de estar vivos,
de ser fibra y raíz, carne y destello.

* Primer Premio Juegos Florales Juglarescos de San Fernando, 1984 (jurado, entre otros, Atilio Betti). Fue escrito como un alegato contra la droga.


HOY *
de Liliana Susana Doyle ©

Estoy aquí, frente a un café,
ordenando mi vida.
Clasificándome mi pensamiento
para nombrar imágenes dispersas,
hechos difusos del ayer y el hoy.
Del hoy que ya es mañana.
Busco mi imagen entre los espejos
porque no aprendí todavía a conocerme.
Este hoy parece cierto,
parece algo seguro
y sin embargo
nuestro destino no nos pertenece.
Queremos erigirnos en sus dueños
y olvidamos a veces
que el absurdo se instala en nuestras vidas
o que se abren las puertas del misterio
en un mundo de breves apariencias.
Hoy: palabra fugaz.
Rincón de tiempo
que se sienta a mi mesa.

* Segundo Premio Juegos Florales Juglarescos de San Isidro, 1983.


UNA HOJA DE HIERBA, Y EL UNIVERSO *
de Liliana Susana Doyle ©

Ínfima hoja perdida en la distancia
de lo verde infinito. No eres nada.
Solamente un remedo de la vida
varia e inmensa, palpitante, activa.

Allí, en lo más pequeño, está la vida.
Allí, en lo más humilde, en una brizna
comparable a cualquiera de nosotros,
fugaces máscaras entre millones.
Orgullosos muñecos de una raza
que se pierde en el tiempo.
Engreídos y ufanos, nos llamamos
los seres superiores. Olvidamos
la efímera sustancia que nos forma,
las miserias y lágrimas que encierra
la humana condición. Somos tan sólo
un minuto de tiempo en lo infinito,
un pequeño sonido, un débil eco,
de una innombrable voz.
Somos tan poco, y tanto,
como la humilde hierba.
Un minuto de sangre pasajero,
como la hierba,
para nombrar a Dios.

* Mención Juegos Florales Juglarescos de Vicente López, 1984.



LAURA OLALLA

Nace en Garlitos (Baja Extremadura), España, en 1953. La prematura muerte de su padre la obliga a trasladarse a Madrid a la edad de nueve años. Sus primeros escritos datan de su adolescencia, época en que concluye el Bachiller Superior y publica su primer relato navideño La Huerfanita (autobiográfico) en Ráfagas Hospitalarias. Sus primeros pasos poéticos los da con la Asociación Prometeo. En 1995, ofrece su primer recital en la ADEYA, que le otorga su medalla de “Nueva Gente”. En 1996 obtiene los premios “Alcaraván” y “Dulcinea”. Ese mismo año, la colección Torremozas selecciona e incluye una muestra de su poesía en el volumen de Voces Nuevas. En 1997, publica su primer libro, Estirpe de Gacela (Beturia Ediciones) y obtiene el premio “Provincia de Guadalajara” con su libro En un rincón cualquiera de la casa. En 1998, obtiene el Premio “Río Ungría” por su poema Como una niña asustada con lágrimas en los ojos. En el año 2000, y por unanimidad del jurado, se le otorga el Premio “Ciudad de Mérida” por su libro Laberinto de agua. En el año 2001 le es otorgado un accésit del premio Fray Luis de León (Ávila) por su poema Madrigal para un amor ausente, siendo becada ese mismo año por la Fundación Valparaíso (Málaga). En el  año 2004, obtuvo el premio “Mi Casa” por su poema Yo soy como una casa (Ciudad de Alalpardo, Madrid). Ha participado en varias antologías poéticas: Extremadura desde la ausencia (Junta de Extremadura 1997). Goya y los Poetas –Forum Artis– año 2000-; Poetas de la Extremadura Exterior (Sial, 1900-2010). Raíces de Papel (Ediciones Cardeñoso, 2011). Maratón de escritores (Netwriters, 2011). Ha colaborado además en diferentes revistas literarias; entre ellas, la revista Moiras de la Concejalía de Mujer de Rivas; Arboleda (Palma de Mallorca); Claves Líricas Digital y Tirano Banderas (Escritores en Red, A.M. de Bradomín, Madrid). Es miembro de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles; de la Asociación Cultural Beturia (Extremadura); de la Asociación Cultural Literactúa, Rivas, y lo fue de la Hispana de Escritores, Madrid. Ha recitado en el Ateneo de Madrid, casas regionales, centros culturales, radio “Rincón Literario” de la UNED; en el programa radiofónico de  Cristina Yela y en TVE (cadena del Arzobispado de Madrid), entrevistada por la periodista Belinda Washinton. También fue presentada por el Poeta Libra, en junio de 2010, en Follas Novas, Compostela - A Coruña.
Apasionada también por las artes plásticas: carboncillo, conté, ceras, sanguina, acrílicos, óleo, técnicas mixtas, ha intervenido en exposiciones conjuntas: Excmo. Ayuntamiento de Daganzo (2001-2002).



INEVITABLE...
de Laura Olalla ©

Le di la hora y me tomó el día.
Esparció mi recreo por el Támesis;
amalgamando lava muy caliente
construyó el molde de su hechura; le
dio forma de rescate
y me invitó a la fiesta.

Hoy sueñas lo que no razonas,
del inconsciente imperativo,
alargas la memoria sin saberlo
y mientras duermes
dilucidas tus tiempos.

Sales de mí para volver a ti,
pensamiento que frena la armonía,
te reclamo lo que jamás tuvimos:
el amor de los otros.

En tu festín de abúlicos no podrás
conocerte, despierta, corazón,
que por ti yo me reconozco.

Siempre hablando manejas la palabra,
no tires de mis sueños emblemáticos
que romperás la cuerda.

Viniste porque te esperaba, sí,
pero el mayor desprecio tu respeto
me lo hizo.

Sólo tuya en el círculo del viento,
desde el principio de los siglos siempre;
tuya desde mi origen de gacela,
de garza enamorada,
de aurora cristalina. Siempre tuya.

Seguridad, estímulo, ternura...
expandiré el secreto.

El mirlo me trae tu mensaje, el
de los labios templados y la fruta secreta.
Si los pájaros blancos te preguntan por mí
desde el cielo sereno de tu paz
diles que todavía estoy muy lejos.
Entre mares de espuma.

Amaneció tu alma en mi regazo
cuando buscaba
el aroma tan sólo de una flor.
Posaste tu simiente en mi semilla
y apareció una rosa.
La misma que perfuma mis –tus– días.


LAS MANOS
de Laura Olalla ©

Herida la palabra
bajo redes de miedo que mutilan los labios,
va latiendo desnudo en su cintura.
Se hace guía la tarde que recobro.
Se suceden las voces que me instigan:
¡atrévete a mirarlas!, ¡atrévete a mirarlas!
(acaso sean ellas la esparcida simiente...).
Temerosa, abrevando el soslayo de un círculo,
recorro todo el tacto de su anhelo.

Impacientes y trémulas las manos
han llorado esta noche
el más puro silencio
del instante que muere.



GASTÓN MARZIO

(Olivos, Provincia de Buenos Aires, 1975). Poeta, estudiante de Filosofía. Ha trabajado con Agustín Romano e Isabel Llorca Bosco en sus respectivos talleres de filosofía y de poesía.
Su libro Poemas desconsolados fue publicado este año por El Hilo y el Laberinto Ediciones.
Algunas de sus obras poéticas también han sido publicadas en revistas tales como: Con Voz Propia, de Analía Pascaner; AERA –revista de poesía– y Azul y Palabras (gruposyahoo.com), de Alejandro Drewes; Polis Literaria, blog literario de Isabel Llorca Bosco, Agustín Romano y Héctor Zabala; Pluma y Tintero, de Juana Castillo Escobar (Madrid, España) y Vuelo 21, publicación digital del doctor Alfredo Hermann.



LA POESÍA Y EL SER
de Gastón Marzio ©

Pronuncio una palabra
y abro el silencio.
Inefable sos y estás consubstanciado
con todas las cosas.
La poesía nombra el cuerpo y a los dioses,
la materia y lo informe,
el mito y lo sagrado.
Somos un ave que pasa.
Somos la palabra ausente.
Somos las palabras en las cosas.
Somos un juego del lenguaje.
Un juego de la poesía.
Siempre el arte está creando algo nuevo.
Siempre el poema vislumbra el futuro.
Y los poetas nombran lo innombrable.
Aseveran una realidad que existe en sí misma
y que es producto del sentimiento humano.
Los recuerdos no se pierden en la poesía,
y las palabras oyen,
y los recuerdos hablan.
Y las personas habitan en un país que no les es extraño;
en un mundo que les da un hábitat, un sentido, una trascendencia.
La poesía es esa mujer que nos espera en su habitación.
Y es el pan y el vino de Heideger.
La poesía es el signo puro que el lenguaje permite.
La `poesía es cuando nacemos, cuando empezamos a hablar,
es el mundo fantástico que vivimos de niños
y el exilio luego.
La poesía es un retorno a lo sagrado.
La poesía es la infatigable artesana del ser.


PROFUNDIDADES
de Gastón Marzio ©

Escribo un poema sobre las profundidades del mar,
del mar de tu cuerpo,
que en un abrazo nos veamos fuera del mundo
para que nos veamos sin él.
Ser los primeros Adanes,
los que ponen el nombre a las cosas,
los que comienzan el tiempo cuando se conocen.
Ser lo que permanece en su ser,
ser infinitamente nosotros,
siempre nosotros, profusamente nosotros
y el mundo que estará impávido,
con esos hombres que no penetran en las oscuridades,
en los profundos meandros del amor.
Amémonos sin presupuestos,
sin principio de razón suficiente,
Amémonos por sobre todas las cosas,
sin temores de abismos.
Amémonos sin fundamentos, sin porqués, sin excusas.
Amémonos sin ideologías, sin religión,
sin mariposas, sin humanismos, sin hombre nuevo,
que si el mundo se destruye,
yo me quedo con vos.



LUIS WEINSTEIN

La biografía de este escritor chileno se encuentra en Suplemento de Realidades y Ficciones Nº 33, de marzo de 2011.



FABULILLAS INCONCLUSAS
(Selección)
de Luis Weinstein ©
La fábula es, entre otras cosas,
un posible lugar de encuentro
de lo poético y lo narrativo,
de la ética y de la creación,
de la búsqueda y del encuentro,
de la certeza y del misterio,
del amor y el desapego…

La fabulilla es el ademán
de acercarse a la fábula.
El reconocer que son inconclusas
es sólo una advertencia amistosa
y, esto en secreto, la confesión del deseo de
convertirlas, en el curso de las lecturas,
en puntos de partida de nuevas y
mejores fabulillas, imaginadas… escritas
por las y los improbables lectores

EL SABIO Y LA MAGIA
de Luis Weinstein ©

Subía la montaña. Sentía su cuerpo, denso, cierto.
El aire era puro, frío como
una verdad cortante de tan tremendamente certera.
De súbito, lo vio. Altas las orejas, celeste los ojos,
la observaba, amable, el conejo rosado.
Se entendieron en forma instantánea.
No sabemos cómo, pero el conejo rosado
empezó a caminar por una senda, tal vez inédita,
que se iba abriendo sola, a su paso... y ella lo siguió,
sin vacilaciones, como si se tratara de confiar
en un conocido de siempre.
Tengo un invitado que desea conocerte,
dijo él, también con naturalidad, aparentando
ser un ser bien versado en la comunicación humana.
La nieve, a pocos metros sobre ellos, parecía tranquila,
expectante, un cóndor voló por encima, lento,
como observando con atención.
El conejo rosado le hizo un leve y muy correcto
gesto de saludo y el ave prosiguió su ruta, moviendo
las alas al modo de un aviador diestro y alegre.
Tengo un invitado que desea hablar contigo,
insistió el conejo. Ella vio como
la boca de una madriguera se ensanchaba,
se adaptaba a su cuerpo, tomaba la forma familiar
de una puerta hospitalaria.
El conejo la precedió en entrar a una habitación
en que reinaba una temperatura agradable y parecía
presidir una figura... que ella reconoció de inmediato.
Eres el ser sabio, le dijo.
Sí dijo él, el tuyo...
El conejo rosado se subió a las rodillas del ser sabio.
Ella sonrió y el conejo desapareció en su sonrisa.
Esa no es la magia, dijo el ser sabio,
como si estuviera siguiendo su pensamiento.
La magia, continuó afirmando, es el regalo de existir…
la montaña, los conejos, los cóndores, los humanos,
el tiempo, el mensaje del sol a la tierra, el nacimiento de los niños...
Ella agradeció el regalo del recordar el gran regalo,
siguió mirando la cordillera nevada, escuchaba el silencio,
sentía el aire puro y la indudable presencia de su cuerpo.


LA VERDADERA IDENTIDAD DEL GRANO DE ARENA
de Luis Weinstein ©

Este universo está lleno de sorpresas…
(¿Los otros no son así?)
Es que los que conocemos están en éste…
Por ahí va una gran sorpresa.
Se dijo: “Ver el universo en un grano de
arena. Y el cielo, en una flor silvestre.”
(¿Entonces, hay también granos mágicos
de tiempo?)
Por cierto hay personas que se asoman a
un espacio, entregan momentos altos de
amistad, de diálogo, de visión, se van.
presurosas, como las golondrinas, pero su
recuerdo, grano de tiempo, es como una
suma de intimidad y firmamento.


HALLAZGO Y COMUNICACIÓN
de Luis Weinstein ©

Había una vez una maga…
Detenía el tiempo para observarlo,
convertirlo en conejo y preguntarle si
asumía el mundo del quizás.
Había esa vez una maga…
jugando con parsimonia entre la certeza
enorme y la incertidumbre apenas rosada.
Esa vez la maga miró, cómplice, al conejo,
invitándole a escuchar el balbuceo
generoso del tiempo.
Esa vez, el tiempo bailó confiado con la
incertidumbre.
Mientras el conejo ariscaba la nariz ante
esa y otras certidumbres,
sin dejar de ser amigo de una maga.



AMALIA ABARIA

(Ciudad de Buenos Aires, Argentina). Su nombre completo es Amalia Mercedes Abaria. Es poeta, socióloga e incursiona en la pintura. Ha publicado dos libros de poemas: Del lado de la vida (1984) y Caminos (2009, Botella al Mar).



POR QUÉ AMO ESTE PINO
de Amalia Abaria ©

Por qué amo este pino… y aquel otro
sino por la espera perfecta de sus ramas de ángel.

De abajo suben abiertos hacia el cielo
y luego caen
sus extremos, sus tramas vegetales, vencidas como flechas
hacia el suelo.
Paraíso desplegado en plumas o terciopelos verdes
que allá, se enciende,
en el fondo de su corazón
el susurro lento de su savia espesa.

En la tensión secreta de su rugosa piel
está su herida,
huella de una luz cerrada por el mundo,
solo, el pino,
como el hombre herido,
clava su mirada en el arpa infinita de la noche
y no puede escapar ni de la lluvia
ni del viento.

Y se queda callado.

Pero el pino, perfecto, anónimo,
solo como el hombre que sufre,
abre sus manos de remanso
y toca, besa, ama, vive.

Hay silencio.



PEDRO VERA
(Trinidad)

Nací (o me nacieron que diría Unamuno) en Águilas (Murcia, España) un 13 de mayo. Profesor de Filología Francesa. Entre los 70 y los 90 he colaborado como corresponsal del diario La Verdad de Murcia, en Águilas. He participado, a través del Ateneo Aguileño de las Artes y las Letras en las publicaciones: 3º y 4º Encuentros de Poesía. Me autopubliqué en 2002 el poemario Carmen. Participo en la Antología de Poetas Extremeños “La Niña Bonita con la Editorial RumorVisual de Cáceres (2011).
Participo en la Antología Universal Poetas del S. XXI (2011). Colaboro como coordinador del ciclo de recitales “Poesía en el hall” del Auditorio y Centro de Congresos Infanta Elena de Águilas. He organizado, como Embajador de buena voluntad a través de MPI de República Dominicana, el 1er. Festival Internacional de Poesía “Grito de Mujer”, en Águilas (Murcia) 2011. He dirigido, como ponente, a través del CPR de Lorca, distintos talleres de poesía para docentes en el CEIP Mediterráneo de Águilas.
Escribo comentarios para exposiciones de pintura a diversos pintores.
Participo en la publicación del libro 50 Aniversario de Font d'Art de Onteniente (Valencia) de la que soy socio. En esta misma asociación tengo en marcha un incipiente Taller de Poesía que espero ver crecer. Como socio de Milana Bonita, Paco Rabal en el Recuerdo coordino anualmente las veladas de trovos que se vienen celebrando desde la fundación de esta asociación.
Tengo en imprenta mi próximo trabajo, el poemario Es hora de soñar.




… ENCUENTRO A LEVANTE
de Pedro Vera (Trinidad) ©
     
        Te muestras con la noche
y llenas de incertidumbre mi vida.

        Siempre dispuesta mi atalaya
te trae a sus ventanas abiertas
                           (de par en par)
para conversar…


        El sábado escuché tu mensaje
lumínico, breve, escapado a Levante
                donde siempre me esperas.

        A veces no te veo, pero te siento.
        Te siento oculto a todos
                                                 (y a mi).

        A veces, imprecando tu abandono,
estrello mi enojo contra el aire,
contra la brisa del mar
                        … y contra mi conciencia.

        Sabes que no desespero. Te aguardo.

            Sé que llegará el momento
cierto, como la vida…
                                        que espero.


YO QUISIERA…
de Pedro Vera (Trinidad) ©

Yo quisiera ser pirata
y ver tu barco en el mar
para con cables de plata
arrastrarlo entre las olas
hasta mi humilde fragata.

Una vez ya rescatada
y a salvo del temporal
no pediré a cambio nada
excepto verte feliz
a mi lado recostada.

Porque tu cara es reflejo
que no deja de cegarme
y en ella quiero mirarme
como si fuera un espejo
y en su brillo recrearme.

¡Y que decir de tus ojos
de un azul que al cielo ofende!

Ebrio vivo sin beber
desde que te he conocido
porque al verte aparecer
olvido cuanto he sufrido
y me siento renacer.

Mis noches eran anhelos
grises mis amaneceres
ahora todo son desvelos
y mis ojos dos bajeles
que van surcando los cielos.

Quisiera ser bucanero
y volver de nuevo al mar
para examinar el cielo
y recorrerlo en suave vuelo
si te volviera a encontrar.



SAMUEL LIJOVITZKY

Nació en Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina, el 30 de agosto de 1945. Vive en Nazareth Illit, Israel, desde octubre de 1987. Casado, tres hijos y dos nietos, escribe desde los quince años de edad. Tiene publicado cuentos y poemas en varias antologías. Ha pertenecido a dos talleres literarios, tiene editado en discos cuatro libros de poemas y cuentos, así como tres novelas. Actualmente se encuentra abocado a su octavo libro de cuentos.



ALMA VACÍA
de Samuel Lijovitzky ©

Comprendí el silencio, cuando en torno mío nada me quedaba,
estaba vacío
No escuché palabras, no escuché sonidos, ni el trinar de un pájaro,
ni el llanto de un niño
Miraba las cosas en forma distinta, revivía horas
que estuve contigo
Compartimos días, noches de verano, y miramos juntos
amaneceres fríos
La lluvia cayendo, el sol se ponía, mientras caminamos
por playas vacías
Te busco en mi mente, te grito mis penas, el eco me dice,
se fue de tu vida
Te ato a mi sombra, te propongo juegos, mirando tu rostro
te digo “te quiero”
Me trajo tristezas, un adiós dolido, te fuiste una noche,
y me quedé vacío.


CAMALEÓN
de Samuel Lijovitzky ©

Caminaba cabizbajo. La torrencial lluvia empapaba su viejo y gastado impermeable. Levantó la cabeza al llegar a la esquina. Miró hacia todos lados, las calles estaban desiertas. Entró en el bar. Se sentó junto a una ventana. El reloj en la pared marcaba las 23. Le quedaba todavía una hora de tiempo hasta la medianoche. Patricio Flores había pasado la barrera de los treinta, su trabajo en la sección especial de la policía lo llevaba cada día a transformarse en un personaje diferente. Siempre pasaba desapercibido en cualquier lado. Las investigaciones realizadas habían dado sus frutos, pudiendo poner a disposición de la justicia a jerarcas dedicados al tráfico de mujeres, drogas, juegos prohibidos y falsificación de dinero. Políticos corruptos recibían plata que depositaban en bancos extranjeros bajo nombres falsos. Los fue desenmascarando uno a uno. Tuvo que esconderse repetidas veces, cambiar de nombre. Su jefe era el único que conocía su rostro y paradero. Cuando creía haber fracasado en un intento de capturar a algún sospechoso, encontraba una salida para que la investigación tuviera éxito. Situado frente al bar se encontraba un club nocturno. Había trabajado tres meses como barman, consiguió instalar micrófonos y cámaras, de esa manera se podía grabar y escuchar todo lo que sucedía dentro del local y además se podía observar los rostros de los que noche a noche lo frecuentaban como así también los que entraban por la puerta trasera para no ser vistos. Esperaba impaciente. Su jefe debía llegar. La alerta estaba dada. Los hombres, a la espera de la orden para actuar. Bebió otro café. El cenicero estaba repleto de cigarrillos a medio fumar. Entro una mujer, se miraron, le hizo una seña imperceptible, su jefe había llegado. Se levantó, fue hasta el teléfono público, hablo unos instantes. Al regresar a la mesa, la mujer se había sentado cerca de él. Pidió otro café, la mujer conversaba animadamente por el celular mientras escribía en una agenda de mano. Un trozo de papel se le cayó al piso. Él lo alzo y se lo entregó, hablaron en código. Ambos sabían de qué estaban hablando. Se detuvieron en la puerta dos vehículos, descendieron hombres armados vestidos de negro, sus rostros cubiertos con capuchas. Patricio se levantó, dejó dinero sobre la mesa. La mujer lo siguió instantes después. Sacó el arma de su bolsillo. Penetró en el local junto a las fuerzas del orden. Se escucharon disparos, gritos histéricos, corridas. Minutos después el operativo había terminado. Se acercó a su jefe, hablaron unos instantes. Atravesó el local, desconectó los aparatos que había instalado, serian desarmados luego, salió por la puerta trasera. A los sospechosos se los llevaron detenidos en vehículos policiales. Caminó bajo la copiosa lluvia. Su automóvil se encontraba en un lugar oscuro. Condujo por calles laterales hasta su domicilio. Detuvo el vehículo en el estacionamiento subterráneo, subió hasta el piso que habitaba. Puso la alarma al entrar. Se dirigió al dormitorio. Se sentó frente al espejo. Sus ropas mojadas caían al piso. Se quitó la gorra, la peluca, el largo cabello negro cayó sobre sus hombros. Se saco la máscara de látex que ocultaba sus rasgos femeninos. Se liberó del corsé que oprimían sus pechos. La ducha caliente revivió su cuerpo haciendo desaparecer el frío que había sentido. Patricia Flores hacia diez años que hacia ese trabajo. Su marido había sido también miembro de la brigada. En un operativo fue herido de gravedad, una bala había penetrado en su cerebro. Había perdido por completo la memoria, se encontraba internado en un hospital psiquiátrico. Se acostó, miró el techo por unos instantes, apagó la luz. Pensó en el personaje que tendría que interpretar al día siguiente. El haber estudiado teatro le había ayudado con el maquillaje, las máscaras y el vestuario para caracterizarse. Al cerrar los ojos la imagen de su esposo se le apareció de repente. Se durmió con un “te extraño tanto, amor mío” en los labios. Estaba contenta del éxito obtenido en el operativo, el camaleón había triunfado nuevamente en su tarea.


DÍA DE COMPRAS
de Samuel Lijovitzky ©

La siguiente historia es parte de la vida cotidiana.
Cualquier semejanza con la realidad queda a entero juicio del lector.

Entré al supermercado. Saqué el carro. En el bolsillo tenía la lista que mi esposa había confeccionado detalladamente. Me coloqué los anteojos y me dispuse a leerla. Debía fijarme muy bien la fecha de vencimiento de la leche y del queso para untar. El detergente para el lavarropas era de color azul y tenía un bebé en la etiqueta. El queso cortado de bajas calorías venía en un envase de plástico cerrado. Las aceitunas negras debían ser grandes y sin carozos. El atún en lata, con agua, no con aceite. Las facturas rellenas únicamente de chocolate. Las verduras y las frutas en las cantidades anotadas.
Iba como un autómata de góndola en góndola buscando los productos. En cada stand ofrecían nuevos productos con precio de oferta “compre uno, el segundo es a mitad de precio”. Había también fiambres, quesos y otras exquisiteces para degustar. Un poco de acá, otro poco de allá; era el perfecto aperitivo antes del almuerzo. Había concluido con la lista cuando mi querida y amada esposa me llama al celular. En ese momento me había detenido en el bar del supermercado, estaba comiendo un exquisito sándwich con salchichas dentro de una baguette. Ella se dio cuenta de que tenia la boca llena de comida. Con una voz dulce me dijo:
–No comás porquerías. Estoy preparando el almuerzo. Después la que come las sobras que quedan de la semana soy yo y no vos. ¿Te falta mucho?
–No, ya terminé con la lista, pago, cargo las cosas en el auto y voy para casa
–Está bien, apurate, en diez minutos más la comida estará lista, no quiero comer sola, ni que se enfríe, ¿me oís?
–Sí, querida –le conteste con voz calmada. El sándwich no me estaba cayendo bien. Iba a cortar la comunicación cuando me dijo:
–Ah, me olvidé de anotarte dos cosas más
–Sí, ¿qué querés que te compre? –le pregunté tomando la birome
–Una caja de 32 O.B. color celeste y una caja de Alldays color lila, que diga normal. ¿Anotaste las dos cosas?
–Si… querida… anoté… escu… Había cortado la comunicación antes de que pudiera preguntarle algo. Me dirigí a la sección donde venden esos productos, me paré frente a las estanterías. Tomé el papel y leí lo que me había pedido. En ese momento una mujer paso a mi lado. Al ver lo desorientado que estaba me preguntó:
–Perdón, ¿busca algo en especial y puedo ayudarlo?
Le tendí la hoja y le mostré lo que mi esposa me había pedido. La mujer colocó dentro del carro la mercadería, le agradecí por su atención. Llegué a la caja, coloqué todo sobre la cinta transportadora. Presenté la tarjeta de descuento. La cajera era una mujer joven. Al ver los dos últimos artículos que había comprado, me miro y sonrió.
–Mi esposa se olvido de comprarlos la semana pasada.
–Y sí –me dijo más sonriente todavía–, a cualquiera le puede pasar, ¿no?
Me preguntó si quería algo de las ofertas, le dije que no, aboné la compra con la tarjeta de crédito, coloqué todo dentro de bolsas blancas y salí del supermercado. Coloqué todo dentro del baúl del automóvil. Salí del estacionamiento. Metros más adelante había ocurrido un accidente. No tenía otro camino por donde salir. Escuché sirenas, apareció una ambulancia y dos automóviles de la policía. Me armé de paciencia. Encendí la radio. Apagué el motor y esperé. Instantes después mi celular sonaba.
–¿Adonde estás? –la voz dulce de mi esposa sonando en mi oído.
–En la salida del supermercado. Hubo un accidente. No me puedo mover ni para atrás ni para adelante. Además, la ambulancia y los autos policiales cerraron la salida.
–¿Compraste todo lo que te pedí?
–Sí, querida.
–¿Me trajiste también los diarios?
–Sí, querida.
–Bueno, apurate, querés. La comida está lista. No me gusta comerla fría.
–Sí, querida.
Minutos después despejaban la zona. Tomé rumbo de mi casa. Pasé por la casilla de correo a retirar la correspondencia recibida. Detuve el auto en el estacionamiento del edificio. Bajé las cosas y las subí hasta el departamento. Al abrir la puerta vi a mi esposa sentada en el sofá del salón mirando la televisión y pintándose las uñas. Llevaba puesto un salto de cama, ruleros y el rostro lleno de una crema antiarrugas color verde. Guardé las cosas en la heladera, nos sentamos a almorzar.
–¿Te puedo pedir un favor, la próxima vez que vayas al supermercado, podés ir más temprano?
No tenía ganas de ponerme a discutir con ella, lo único que atiné a decirle en ese momento fue:
–Sí, querida.



JORGE ANTONIO GAVIOLA

Vive en Mendoza, Argentina. Posee estudios universitarios incompletos en el Instituto Superior de Formación Docente San Pío X (hoy Pablo VI) en Ciencias de la Educación, Ciencias Filosóficas y Ciencias de la Religión y en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Cuyo. Ha desarrollado tareas administrativas y contables durante treinta años y realizado cursos de capacitación en el área cooperativa e iniciación apícola (estudios de la naturaleza).



Es autor del libro Valores del Ser y ¿Se puede Trabajar por la Justicia?, que se encuentra inscripto en la Dirección Nacional de Derecho de Autor bajo el registro 92796 y número de inscripción 388603.
De esta obra, el mismo escritor dice:
“…intento exponer conceptos, diferenciando a estos de meras opiniones. Lo expreso de esta manera, ya que el lector me concederá o no tal ‘autoridad’. Interpreto que lo expuesto, se encuentra avalado, en razón de poseer un elaborado análisis de nuestra realidad, y a partir de esta situación apuntar a las causas que perturban, provocan desequilibrios en el ámbito social y económico.
Los valores del Ser, en dos sentidos, como sujeto en alma y espíritu, porque para que una cosa sea (cosa no como objeto, sino como persona) primero tiene que SER. Y Ser como verbo, como acción de vida del sujeto.
En la justicia, no siempre el marco legal que la contiene es sinónimo de legitimidad. Este marco legal, se encuentra diagramado, estructurado, no siempre partiendo de verdaderos principios éticos.
Los gobiernos, apropiados de los Estados, planifican en como deberían desenvolverse las personas, en su vida civil, en su actividad laboral, las cuales deben someterse a la normativa vigente. Por lo tanto, cumpliendo con la ley, la norma legal, el derecho positivo, se cumple con la justicia.
Por ello el título de este libro, ¿Se puede trabajar por la justicia?, sin la necesidad de un sistema legal que lo regule. Nosotros necesitamos una norma que nos marque el camino a seguir para no transgredirlo. ¿De esta manera se evitaría la anarquía?”

Fragmento del libro:
“Es una denuncia a un sistema económico-social, corrupto, instituido por la misma sociedad y apoyado por los gobierno de turno, producto de una terrible tergiversación de valores, privilegiando los valores monetarios en detrimento de valores como la responsabilidad, la conciencia, la ética.”



RODOLFO VIRGINIO LEIRO

Nació en Junín, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 2/5/1921. Vive en la ciudad de Buenos Aires (barrio de Boedo), desde principios de los ‘40, por lo que se le considera boedense por adopción.
Diversos poemas, glosas y artículos fueron traducidos a los idiomas quechua, mapuche, italiano, inglés, portugués y asilados por medios literarios de Argentina, España, Italia, Guatemala, Estados Unidos, Uruguay, Perú, Cuba, Brasil, Chille, Colombia, Israel, Canadá, China, Rusia, Palestina, etc.
Cuentos: Dátiles de arcano (macabros); Brevas de ocio (costumbristas); El anillo de Agatha; Cuentos memorables.
Cuentos infantiles: Marianito; Mis biznietos; Joaquín (en CD).
Poesías: Auras y Estrías; Arlequín de estopa; Rimas en la fronda; Gotas en la piel del surco; Clámides de nenúfar; Imágenes I a XII; Selección poética; Duendes y Nelumbios; Poemas olvidados; Númenes cautivos; Mazorcas adultas; Pañuelo de Bohemio; Verbos estallados; Cantos postreros; Trapecio de proverbios; Páginas ocres; Prismas de gualdas; Estros perdidos; Rimas insolentes; Apenas una sonrisa (sonetos en lunfardo); En Lunfa (poesías en lunfardo); Poesías desechadas (en CD); La rebelión de los verbos (inédito).
Novelas policiales: La Ladrona; Confabulación; Violeta.
Novelas costumbristas: Juan S. Juan; La silla; Una dama en la bañera; La Patota; Nacosa.
Otras novelas: La revelación (esotérica); La adúltera (realista).
Ciencia ficción: El hombre que ha perdido la cabeza; Sondas de enigmas (integra cuatro novelas).
Una ciencia ficción diferente: Helenio; Julia; El Ninfómano; El Reloj; Un espejo sin imagen; El trasplante; Un disco color plata; Helenio otra vez; El drama de Mónique Boudet; Homo Bonsai.
Diversos: Boedo – postales del ayer (glosas); Cuentos y glosas (glosas y cuentos diversos); ¿Vivir es un privilegio? (narrativa filosófica); Perón y el derecho de ser libre (narrativa); Cachimba – una vida dedicada al teatro independiente; Evaristo – Historia de un hombre de campo; La sentencia (policial).
En CD: Cartas a don Emilio Franco; Prólogos, glosas, artículos, poesías; Magazine; Cartas a don Antonio Ismael Franco.
Para revistas, bibliotecas y entidades literarias, se pueden solicitar algunos de sus libros a su correo electrónico, debiendo consignarse la dirección para su remisión sin cargo alguno.
Rodolfo Leiro ha sido integrado a una veintena de antologías y ha recibido numerosas distinciones y reconocimientos, tanto en la Argentina como en el exterior.



AÚN
(de “Esquinas bohemias”)
de Rodolfo Virginio Leiro ©

Soy en la noche triste, todavía,
un pedazo de estrella reluciente,
un corazón abierto, complaciente,
que ilustra cada pátina del día;

este viejo cansancio de mi vía
deviene de vil páramo incipiente,
como una seca boca, sin un diente,
que de antaño, mi lira, perseguía;

no pudo deshojarme, mi osadía,
que de una augusta rosa devenía
se elevó como un bardo penitente

o un loco en su letífica insanía,
que cansado de amar, te seducía,
con un beso de rimas en tu frente.


PORCELANAS
de Rodolfo Virginio Leiro ©

Aquellas horas de grácil porcelana,
cuando era eterno rosal de la alegría,
el mundo desglosaba en fantasía
y el color eran horas de solana;

correr y brincar cada mañana
despeinando los bucles de mi día,
las flores con su rara geometría
y la risa hedónica y temprana;

el ansioso cristal de mi ventana
y la voz de mi madre, grácil pana
enrolada en un grial de melodía

que aventaba mi clásica galbana
como un diario concilio de su diana.
¡Era dulce mi madre y era mía!




SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 53 – Junio de 2012 – Año III
ISSN 2250-5385
Exp. 967627, Dirección Nacional de Derecho de Autor.

Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina

Corrección general: Prof. Liliana Lapadula 


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