lunes, 1 de septiembre de 2014

SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 62 – Septiembre de 2014 – Año V
ISSN 2250-5385
Inscripción gratuita como LECTOR
si escribe a  zab_he@hotmail.com
indicando nombre y apellido, ciudad y país
(se le avisará cada nuevo número trimestral).

“Alcmán de Esparta”
Mónica Villarreal (2014)
(Acrílico y carboncillo sobre papel, 21 cm x 28 cm)
Serie “Poetas Clásicos Griegos”

Sumario:
• Sara JOFFRÉ (Perú)
• Ricardo PÉREZ-SALAMERO GARCÍA (España)
• Juan DISANTE (Argentina)
• Manuel TEYPER (Colombia - Perú)
Aída VALDEPEÑA JIMÉNEZ (México)
• Julio GARCÍA VENTUREYRA (Argentina)
• Pablo CASSI (Chile)
José Antonio CEDRÓN (Argentina - México)
Camilo José NOA RODRÍGUEZ (Cuba)
• Victoria Estela SERVIDIO (Argentina)
Nina DELGADO (México)
• Lidia Alba GAVIÑA (Argentina)



SARA JOFFRÉ

Dramaturga, actriz, directora escénica, editora, profesora, promotora cultural nació en el Callao, Perú, el 16/11/1935. Además de su labor como escritora, la presencia de Joffré ha sido determinante en los últimos cincuenta años, cuando menos, para la consolidación de un movimiento teatral peruano. Directora y fundadora de Homero Teatro de Grillos, colectivo con el cual inició con singular fuerza el interés por el teatro para niños en el ambiente cultural del Perú, ha ejercido además la crítica teatral para el reconocido Diario El Comercio. Empezó su trabajo como autora teatral en 1961 con las obras “En el jardín de Mónica” y “Cuento alrededor de un círculo de espuma”, puestas por el Grupo Alba en el Club de Teatro de Lima, aunque sus vínculos con el arte de las tablas data de edad muy temprana. Todo este esfuerzo la lleva a conseguir un premio en la filial peruana del Instituto Internacional de Teatro (ITI), además de una bolsa de viaje del British Council. En 1963 crea el grupo Homero Teatro de Grillos, pionero en el trabajo para la infancia. En años posteriores se constituye en incansable difusora de este arte a través de Muestras para recorrer gran parte del territorio nacional. En 1974, inicia la Muestra de Teatro Peruano, probablemente el más importante encuentro teatral de su país. Seguidora de Bertolt Brecht ha dirigido varias de sus piezas teatrales y dictado talleres y conferencias sobre el genial dramaturgo alemán.
Ha desarrollado un importante trabajo de edición de otros autores, y de críticas teatrales, como prueba su libro “Teatro hecho en el Perú” (Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 2001), y también otros libros y presencias: “Teatro Peruano / El teatro universitario” - Volumen VIII (Editorial Minerva, Lima, 1982); “Críticos, comentaristas y divulgadores” (Lluvia Editores, Lima. 1993); “El libro de la Muestra de Teatro Peruano” (coautora, Lluvia Editores, Lima, 1997); “Bertolt Brecht en el Perú” (Teatro, Fondo Editorial Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 2001) y “Alfonso La Torre, su aporte a la crítica de teatro peruano” (Ornitorrinco, Lima, 2012).
Su producción dramática suma obras como “La hija de Lope”, “Niña Florita”, “Camille Claudel”, recogidas en ediciones, así como en “Obras para la escena” (Editorial Universidad Mayor de San Marcos, Lima, 2002), que junto a las mencionadas reúne “En el jardín de Mónica” (primera edición por SESATOR, 1962, y más reciente por Pabellón D, Lima, 2008), “Cuento alrededor de un círculo de espuma” (SESATOR, 1962), “Una obligación”, “Una guerra que no se pelea”, “La Madre y “Camino de una sola vía / Rua de mao única” (esta última sobre Walter Benjamín, hoy también publicada en español y portugués por Escola SESC de Ensino Medio, Rio de Janeiro, 2013). También se editaron sus “Siete obras para escena” (Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2006) con “Se administra justicia”, “Se consigue madera”, “Pre-texto” (las tres con anterioridad en “Teatro peruano”, Editorial Minerva, 1982), “Los Tocadores de Tambor-Pañuelos Bandera Nubes”, adaptación de El Lazarillo de Tormes para teatro, y “Monólogo 1”. Más recientemente ha salido la segunda edición de su libro “Cuentos de teatro para niños” (Fondo Editorial Biblioteca Nacional del Perú, Lima, 2008; originalmente Editorial BCR, Lima, 1998). De su teatro para la niñez las ediciones “Vamos al teatro con los Grillos - Seis piezas de teatro para niños” (Volumen l y II), Ediciones Homero Teatro de Grillos, Lima, 1967); “Teatro para la escuela / 4 piezas de un solo juego” (Ediciones Homero, Teatro de Grillos, Lima, 1984), con “Cosecha, cosecha”, “La Leyenda del Pájaro Flauta”, “Los Wari” y “Mama Raiguana”; su adaptación de “Pinocho” para el teatro (Editorial Bra-camoros, Lima, 2005); “El que hace salir el sol” (Ornitorrinco, Lima, 2010).
Ha traducido a otros autores y en la actualidad se dedica a escribir, enseñar y a promover el teatro. Viene publicando su revista "Muestra", que sólo publica dramaturgos peruanos y es autogestionada. Su libro de poesía en “El Callao” se publicó por Tranvía Editores, Lima, 2007.
En 2008 obtuvo el Premio Internacional de Monoteatro sin Palabras Hiperbreve “Garzón Céspedes”. En 2010, el Premio Literario Casa de las Américas, haciendo homenaje especial al Bicentenario de la Independencia en su región de origen, la contó como parte de su Jurado Internacional.


MONÓLOGO
Sara Joffré ©

PABLO, este te va a parecer un cuento retefabricado para tener una ocasión de compartir algo después de tantos años… verdad que a mí también me lo parece, un cuento, un cuento amargo retorcido, como quien le dio vida… sí, no me mires tan duramente, no he venido a interrumpir tu felicidad, tu goce… no, disculpa tal vez tú tampoco vivas en la suprema felicidad pero mira, déjame creerlo…
Mira ese jardincito por el que me trajeron a verte, después de muchas dudas y consultas naturalmente, la verdad es que apelé a todo mi descaro para insistir…
Qué linda música, tienes suerte, algún vecino que practica el piano… y viene de este lado… sabes, por mi barrio todo es salsa, reggae, en fin ya conoces todo eso, pero tal vez no. Te has fabricado una linda soledad, un retiro lleno de libros, y la paz que tanto anduviste buscando…
Ja,ja,ja, nadie lo diría y se te ocurrió ir a encontrarme… buscaste a mí… tal vez esa fue la única vez en tu vida que falló tu instinto, pero la verdad, si bien te cansaste, los años que pasamos los pasamos bien… y qué sucedió de pronto, ¿sabes que yo nunca supe realmente porqué te decidiste a dejarme? (PAUSA)
Ni lo supe ni lo quiero saber ahora después de casi… mejor no mencionar cantidades de años… lo curioso es que tu hija me dijo que le habías dicho que yo te había botado… ¡jamás! Aquí ha habido un error… si, no te preocupes no he venido a resolver enigmas que ya no son ni enigmas porque el tiempo “que todo lo cura, traerá el olvido…”, no canto bonito pero por ahí que le di el tono y a nosotros nos gustaban los boleros… “nosotros que nos queremos tanto… que del amor hicimos…”, basta, no debo aprovecharme de este momento de… ¿debilidad?... no, tú jamás fuiste débil, siempre muy en silencio, muy tú, pero débil nunca…
Al principio yo que era la parte arrolladora del asunto no te quería, no me gustabas ni para conversar. ¿Cómo iba a imaginar que te iba a gustar entablar una conversación, si nunca abrías la boca?
Me mirabas, bastante intensamente verdad, y me decías cosas sin gastar un solo poquito de aire, ¿verdad?... ay perdón, no tienes que mirar hacia otro lado, recuerdo perfectamente las condiciones que me leyeron… me las leyeron… y me hicieron firmar ¿qué pasa, tengo cara de que no entiendo bien lo que me dicen?, ¿o es una norma para todos?... ¡Ya sé, ya sé por gusto me gasto en preguntar! Perdona no vuelvo a equivocarme, pero no me des la espalda, también recuerdo que esa era tu forma de escaparte de los inoportunos, bajar los ojos llevarlos a otro lado y dejar hablando en vacío… tú te ibas por los ojos a visitar otro planeta… ese, tu planeta donde alguna vez yo pude viajar contigo…
¿Por qué me arrojaste de allí?
¡No hay derecho, no es posible pisotear así el amor de la gente! ¡No, no toques el timbre para avisar que se ha acabado la entrevista, es que… a lo mejor te acuerdas que… o por si no te acuerdas, me disculpo contándote como si fuera la primera vez que nos viéramos, que yo tengo la horrible costumbre de empezar en un tema y de pronto, hilvano, hilvano puntadas en el viento… y como dice Bob Dylan “las respuestas están escritas en el viento” “the answers my friend are written in the wind” ¡Ay no, no perdón ahorita acabo! Sí, miraré mi reloj para irme por esta vereda o la otra vereda… ja, ja, se me vienen encima los recuerdos… La Habana… veredita tropical… la luna, el mar cobre y azul bailando en el malecón, ¡qué viento!
¿Cómo es posible enojarse, estar de mal humor en un sitio cómo ese? ¡Ja, ja, habrá que echarle la culpa al ron que no es precisamente bueno para el hígado, y yo tratando de decir como las gitanas con anteojos de carey en el Sacro Monte, aplaudiendo con la desesperanza en ojos y manos ¡Alegría, viva la alegría!... el son de La Loma… Bebo y Chucho Valdés, ay, pero yo estaba en otra y quería decirte, siempre quise decirte… ¡No toques el timbre, un minuto nada más porque esto tienes que saberlo, se los conté primero que a nadie a tus hijos… ¿No te han dicho nada? Ah sí, ya me acordé que una de las reglas es que no pretendiera realizar un diálogo, no, no pretendo que me contestes… pero tenía que venir, en cuarenta años no te molesté, nunca atravesé tu camino, pero sabes, o vas a saberlo… tienes que saberlo y a lo mejor algún día me contestes… por la angustia sabes… ya no hay nada que se pueda atar o conseguir pero tienes que saber adónde puede llegar la gente con su maldita maledicencia… (PAUSA)
Me escribió una carta, es decir tomó el papel, su lapicero, porque estaba escrita a mano, o sea algo pensado, calculado, meditado, tal vez en un cafetín de esos lindos de París o Berlín o en una de esas insípidas creaciones de bares modernos en cualquier parte… ¿O, sería en una biblioteca pública, europea, porque se quedó viviendo en Europa, ya no tenía nada que hacer aquí materialmente hablando, materialmente, pero por dentro parece que no había atravesado el dintel de nuestra puerta, la puerta de nuestra casa, en nuestro barrio, el barrio donde los chicos jugaban y fuimos tan felices, y bien la carta escrita en Europa cuarenta o treintaitantos años después de lo acontecido según señalaba con su escritura metódica y pausada… porque eso era lo que causaba más espanto, no era un papelito escrito a la mala donde se ubica un arrebato, no, era una hoja de papel y redactado muy comedidamente, con ortografía y literatura de primera, bueno de primera no, nunca supo escribir dulcemente aunque si doctamente… ah, pero todo eso no importaba nada…
¡Escribir, pensar, meditar, doblar, caminar, entrar, comprar, pagar, despachar… me sigues ¿no? Escribir la carta, pensar lo que se quiere decir, meditar cómo hacer para llegar adonde se quiere llegar, caminar con la carta que pesa en la mano como cien kilos de premeditación-alejamiento-distancia, entrar al correo probablemente saludar y en el correo que a lo mejor ni te contestan, y encima si hubiese habido una fila que hacer soportar todo ese tiempo lo que se va a remitir, llegar y pagar una suma pequeñita pero que va a producir que se quiere que produzca un dolor, una herida, un temor, no soy tan inocente como para decir una sorpresa… ja, ja.
Lo primero que me dio cuando me llegó la carta y la abrí fue risa, una loca risa de sorpresa, ay, me pareció una tontería tan grande.
Ah porque sabía muy bien que hacía tantos años que te habías ido, que no intentaste volver, que jamás yo te habría rechazado o sea para nada mandarme esa infame e inútil carta solo para decirme:

¡Te quiso engañar conmigo y yo no se lo permití!

(SUENAN PROFUSAMENTE LOS TIMBRES Y QUIEN HABLA BUSCA LA SALIDA POR TODAS PARTES.

LOS TIMBRES NO PARAN. SE HACE OSCURO. FINAL. LA MÚSICA QUE ESCOJA EL DIRECTOR)



RICARDO PÉREZ-SALAMERO GARCÍA

(Valencia, España, 8/9/1961). Escritor, músico, Licenciado en Filología Anglogermánica, se desempeña también como profesor.
Obra literaria
Poesía: El Árbol Axial (Instituto Estudios Modernistas, Valencia, 1996); Trazos de Selenia (Ed. Morandi, Madrid, 1998); Serígrafs i Litúrgica Vulgata (Ed. Atalante, Valencia, 2004 1ª ed.) Premio Ciudad de Valencia 2002 (in Catalonian); Ker (ISBN: 978-84-613-1972-5. DL: V-3242-2009); Esotérístika (Lulu, 2010); Transhumancias (Lulu, 2010); Convilecencia (Lulu, 2010); Diario de Sincronías y Adivinaciones (con ilustraciones del autor, Lulu, 2010); Psiconofrenia. Diccionario Universal de Símbolos en clave poética (Lulu, 2010); Tetróptico (El Árbol Axial, Trazos de Selenia, Urbe Adentro, Prosenia. Lulu, 2011); Vuelta a un Mundo Poético en una Eternidad Indescifrable (Ed. Círculo Rojo, 2012).
Diario (clave poética): Cuando Turquía (Lulu, 2010).
Traducción: Grafemas de la Tierra y el Cielo (Trad. Ing-Esp/Esp-Ing., Bubok, 2010).
Ensayo: El Discurso Fragmentario (Bubok, 2010).
Novela: A Diario a Lylith (Lulu).
Cuentos (Ingles, español, valenciano y francés, Bubok)): Los Caballeros del Tiempo, La Abubilla.
Obra musical: Cinco CDs con el nombre artístico de ddaluz a través de Mycd.com: Prima Vitae, Ninfomusic, Evo I, New Moods: Electronical Notes, Frankenstein’s Remnants.
Puede consultarse acerca de parte de esta obra en los siguientes enlaces:



ZENDAVESTA *
Ricardo Pérez-Salamero García ©

renueva el cielo azules
con rosales suspensos
cuando el alma gira sin saber si crece o mengua.
Aire tenue pregunta si es causa o percepción,
voz, trinos, en sí ruidos
renovados.
Y descifra enigmas al azul

luz de nuevo, de nuevo orígenes ha ya extintos.
Reclama punto en cielo,
un islario del alma

* De Diario de Sincronías y Adivinaciones (II Vías de Invernal)


Y ahora dos poemas inéditos de Ricardo Pérez-Salamero García ©

1.
es amor querer ver
el rostro del amor
que me engendró
y no tener sino un reflejo
en vuestros ojos

es amor el llanto desgarrado
de cualquier ser
al pensar que fue privado
de su reino
y desesperado, iracundo busca
entre el polvo
que se le escapa entre los dedos

es amor la ira que despierta
en otros el ansia de paz
y no ver mal, ni una mota de polvo,
en esquina alguna

es amor entregar tu anhelo
a las montañas, al mar, a cualquier piedra
del camino en cada aliento

2.
tu abandono es el abandono de todos,
la oscuridad primigenia origen del dolor
tras haber elegido, co-creador,
conocerte a ti mismo
Y sin embargo, albergas en ti, desde siempre
la luz primera desde la que partiste



JUAN DISANTE

Vicente López (Buenos Aires), Argentina. Escritor. Autor de Suburbios. Historia de la Periferia, ha sido además jurado en distintos certámenes literarios.


PRIMAVERA
Juan Disante ©
"La primavera"
de Julio Romero de Torres (1925)
Autor (en duermevela): Juan Disante

tú dices que te dice tierra
tú dices que te dice brotes
tan primavera
en los soles
a media noche
de mi invernada vuelvo
a destejer el sépalo del cáliz
y tu habla
vi llegar desde el fondo
el sentir de tanto aromo
tan duermevela
ventoso y hondo
aun adormilada
mi erección asustada
de la aurora abierta
tu habla
mis tics
reoír mis cuándos corporales
en tu fondo
hay un temblor de alondra que besa
donde hay otra tú
deletrearte tus gramáticas
tan girasoles
desnudarte a la alborada
y reescuchar tus dondes
tan cambiantes
tan rizoma



HUESO HAMLET
Juan Disante ©


Pídele a la historia que detenga su marcha
Hamlet ya lo dijo todo
y no podemos ir más allá del hueso
donde los roedores repiten su furia.
Detiene tu espada con encarnadura
y percibe al fantasma que vuelve
a pedir reparación por su oído
por tanto ensueño perdido.
Suplica que muestren los cadáveres
que la intriga se esfume en la estela
que el mandato desarbole la codicia
que ese amor de los reinos esté yerto.
Recorta la radiante duda de los perplejos
atento a la grafía del frágil arrinconado
arrancado de su apocada clarinada raíz
acuciado a consumir el horario de su vida.
Anuncia que la pasión no dura siempre
y el abundamiento de opulencia que la sigue
sin que la letra pueda contra la espada
sin poder vencer sobre el plexo sacro error.
Acompaña al justo en el correr de los siglos.
al honor desnudo de la venganza                                                 
a la locura acusatoria de los desterrados
al dilema eterno de ser o dejar de serlo.



MANUEL TEYPER

Seudónimo de Jaime Didier Aldana Reyes. Escribe cuentos y relatos, que vende para su subsistencia y la de su familia. Todavía no ha publicado nada en papel, pero espera hacerlo pronto. Colombiano, vive en el Perú desde hace veinte años. Ha viajado por América del Sur vendiendo sus poemas para solventar el viaje y al regresar a Colombia conoció a la que hoy es su esposa. A continuación un interesante cuento de género fantástico.


EL REGRESO
Manuel Teyper ©

I
Trujillo, La Libertad-Perú.
Martes, 7 de agosto de 2010.
En esa casa, grande y señorial como casi todas las del barrio La Floresta, se encontraba una mujer sola, a punto de dormir.
Ya era pasada la medianoche.
Afuera, el viento pasaba por sobre los techos silbando estrepitosamente; esa especie de gemidos lúgubres llegaban hasta ella, haciendo que un estremecimiento recorriera su cuerpo. Entonces fue a la ventana y terminó de cerrarla para que aquel ulular no se colara por la rendija.
Se tapó la cabeza con la frazada y cerró los ojos largo rato, pero el sueño se negaba a llegar; el día había sido particularmente largo y pesado, lo que hizo que se sintiera más cansada que de costumbre; tal vez era eso lo que le impedía dormir.
Un rato más tarde, aburrida de dar vueltas en la cama, se levantó y fue a darse una ducha caliente.
Media hora después estaba de vuelta en la cama.
Flor de María Olazábal Quintero encendió la televisión, pero la apagó enseguida recordando que debía madrugar para ir a su trabajo.
Sonrió pensando que si tuviera alguien a su lado, sin duda dormiría mejor. Pero la dedicación que le prodigaba a su profesión de ingeniera electrónica, y su carácter imperioso, habían alejado a los galanes, y ahora, a sus treinta y tres años, permanecía soltera, pese a ser poseedora de una belleza exuberante y un cuerpo bien proporcionado; ‘’ya habrá tiempo para eso’’, respondía exasperada cuando sus padres tocaban el asunto.
La pobre luz del alumbrado público alcanzaba para iluminar el frontis de la casa, pero impedía ver más allá, hacia la calle, que a esa hora lucía desolada. Por la ventana apenas entraba esa misma luz amarillenta, dándole un toque tétrico al ambiente.
Flor de María se quedó mirando fijamente la ventana, como lo hacía siempre antes de dormir… Repentinamente, para su asombro, ante sus ojos apareció una especie de luz blanca rodeada por un humo blanco también, que flotaba afuera… Y se movía.
La mujer cerró los ojos con fuerza pensando que se trataba de una ilusión óptica, o un sueño, pero cuando los abrió, allí permanecía esa cosa, como espiando hacia adentro. Entonces pensó que había sido una torpeza de su parte no haber cerrado también la cortina, pero estaba tan cansada que lo olvidó… Ahora era demasiado tarde.
Esa luz, como envuelta en algodones, continuaba allí, empecinada en quedarse… Entonces ocurrió algo que hizo empalidecer aun más su bello rostro: la nube de luz traspasó el vidrio de la ventana lentamente, y de forma imperceptible se le fue acercando poco a poco. Ella observaba con una mezcla de intriga y espanto, sin poder quitar la vista de ese objeto brillante que se aproximaba cada vez más, hasta estar al alcance de la mano… Si hubiera podido moverse, pero estaba petrificada por el terror. Trató de gritar, pero de su boca sólo salió un gemido sordo; esto hizo que la desesperación empezara a revolverle el estómago. Hizo un esfuerzo por mantener la calma; ella, que no creía en espantos, estaba al borde de la locura con aquella aparición sobrenatural.
–¡Dios, Dios, Dios! –era la idea fija que repetía mentalmente en su desesperado llamado de auxilio.
Mientras el objeto de luz flotaba a pocos centímetros de su cuerpo, como si fuera un animal salvaje examinando a su presa, ella permanecía inerte y aterrada al ver que esa cosa se le acercaba más, hasta casi tocar su cuerpo… Leves gemidos de horror salían de su boca.
En un momento dado, esa presencia lumínica se movió unos centímetros, haciéndole pensar que se alejaría para no volver jamás, y así lo ansiaba con todas sus fuerzas… Pero ante sus ojos desorbitados esa cosa se posó sobre su pecho… Y se metió a su cuerpo dando un chasquido espantoso… Eso fue lo último que soportó Flor de María antes de perder el conocimiento.

II
El despertador sonó como de costumbre a las seis y quince de la mañana.
Flor de María escuchó ese timbre imperioso y se despertó. Sentía un fuerte dolor de cabeza y todo le daba vueltas pero se incorporó. Lo que vio la dejo pasmada: nada de lo que la rodeaba le era conocido… Y ese perfume no era el suyo. Además… ¿Dónde estaba Roberto?, su esposo. No era posible que saliera a trabajar tan pronto. Y… ¿dónde se había metido John?, el hijo de ambos. ¿Sería posible que ya se hubiera ido a dejar al niño al colegio, dejando que ella durmiera tranquilamente, a sabiendas que tenía que salir a trabajar? Pero más sorprendente aún… ¿Dónde se encontraba? Eran las preguntas que se agolpaban en su cerebro, aumentándole su asombro.
Se levantó de la cama y fue a encender la luz para ver con mayor claridad… Un escalofrío recorrió su columna vertebral: vestía un pijama que no le pertenecía. Pero lo más extraño era que esa habitación donde se encontraba… nunca antes en su vida la había visto… La sensación de que algo estaba terriblemente mal, le asustó tanto que tuvo que sentarse. Sus manos y piernas le temblaban.
Se puso las manos sobre la cara y cerró sus ojos tratando de acordarse dónde había estado la noche anterior, pero en su confundido cerebro no encontró respuestas. Apenas recordaba que iba en auto, acompañada de su esposo Roberto y de su único hijo John para dejarle en el colegio… Le habían dejado y luego se dirigían a sus respectivos trabajos, cuando… ¡Por Dios! Alguien rozó el auto haciendo que Roberto girara violentamente… Después… Después todo quedó en silencio… Despertando en esta alcoba que no parecía ser la de un hospital. No comprendía, o no quería comprender, que algo terrible hubiera ocurrido.
Se asomó a la ventana, y su sorpresa fue mayúscula al no reconocer el barrio en el que se encontraba.
Decidió ir al baño… El grito que dio la mujer terminó por despertar a todos los habitantes de la casa: los padres de Flor de María y un inquilino que ocupaba una habitación en el tercer piso.
Ocurrió que se había mirado al espejo… sin reconocer el rostro que vio reflejado en él. Poco faltó para que cayera desmayada de la impresión. Volvió a mirar incrédula, pero sus peores presentimientos se hicieron realidad: allí estaba el rostro de una mujer desconocida. Su mente, tratando de dar una explicación razonable, le hizo pensar que se trataba de un fantasma. Buscó desesperadamente otro espejo confirmando sus temores; en efecto algo inconmensurablemente espantoso le había ocurrido.
En ese momento entró la señora Úrsula Quintero, madre de Flor de María.
–Hija, ¿Qué te pasa?
La mujer salió corriendo al encuentro de la voz que acababa de escuchar, de cuyos labios, pensó, saldrían las respuestas que requería con urgencia.
–¿Qué pasa Flor de María? ¿Qué son esos gritos?
–Quie… ¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? –preguntó con la voz temblorosa.
–Pero hija ¿por qué actúas de esa manera? ¿Has estado tomando algo?
–Yo no soy su hija, señora. No entiendo qué me está pasando. Amanecí aquí sin saber quién soy… Mejor dicho sí sé quién soy, pero no comprendo por qué estoy metida en este cuerpo… Ya sé que no me entienden. Mis padres son otros… Y están separados –y rompió a llorar desconsoladamente. Las lágrimas también rodaban por la mejilla de la señora Úrsula a cada palabra pronunciada por su hija.
Unos momentos después apareció el padre de Flor de María.
–¿Qué está pasando?
–Flor de María amaneció completamente extraña, diciéndome que no soy su madre –contó atropelladamente la señora Úrsula a su esposo, abrazándose a él.
–Dime algo, hija ¿Qué te pasa? ¿Podemos ayudarte?
–Disculpen, pero yo no soy quien creen que soy… Ni yo misma sé muy bien qué cosa me ha pasado.
Los esposos tampoco entendían nada, sólo veían con preocupación que su hija había perdido la razón.
La señora Úrsula se acercó a la que creía era su hija, y le abrazó tratando de contener el llanto. La mujer dejó que lo hiciera; necesitaba refugiarse en alguien, esconderse, perder la noción de todo… y despertar como si todo hubiera sido sólo una pesadilla espantosa... pero ella seguía allí, tomando consciencia de su desgracia.
–No sabemos qué te ha pasado, pero debes entender que estamos aquí para ayudarte, ésta es tu casa...
–¡Ésta no es mi casa! –cortó con énfasis las palabras serenas que provenían del señor Antonio Olazábal.
–Disculpe, señor, ya no sé ni lo que digo.
–No te preocupes... Ya se te pasará –respondió, entristeciéndose al escuchar la palabra ‘’señor’’, de labios de su hija, y notando un matiz distinto en el tono de su voz.
–Mi nombre es Marisol Castro. Vivo en el distrito de San Miguel, en Lima... Y soy casada, pero esta mañana desperté absurdamente en un cuerpo que no es el mío... Estoy muy asustada... –el llanto no le dejaba hablar, balbuceaba por los nervios. A un lado la pareja permanecía perpleja al escuchar a Flor de María, quien decía cada cosa más disparatada que la anterior.
–Ya no digas nada más y descansa –le pidió suavemente la señora Úrsula.
–¿Dónde estoy?
Mientras la señora trataba de comprender la dimensión de la pregunta, las lágrimas le afloraban, como si ellas tuvieran la capacidad de limpiar toda la angustia que le embargaba.
–Estás en el barrio La Floresta, e... en Trujillo.
–¿En Trujillo? ¿Cómo he venido a parar aquí?
–No sé qué es lo que te está ocurriendo pero es mejor que descanses. Duerme un poco, a lo mejor al despertar ya todo haya pasado.
El señor Antonio ya traía un vaso con agua y una pastilla para dormir. Ella la tomó en silencio, tratando de aferrarse a la más mínima cosa que le diera seguridad.
Unos minutos después, Flor de María... o Marisol Castro, dormía plácidamente bajo el efecto del narcótico.
Los esposos permanecieron abrazados un momento, acompañando a su hija, y luego se retiraron comprensiblemente compungidos.

III
A las siete de la noche despertó la mujer. La cabeza le daba vueltas.
Cuando tomó consciencia de su situación, rompió a llorar de nuevo, pero ésta vez hizo un esfuerzo mental supremo por mantener la calma; desesperarse no le iba a conducir a ninguna parte, pensó.
Trató de sopesar todo con claridad, pero las imágenes del espejo se volcaban en su mente… Esas sí con claridad agobiante.
Se miró las manos y luego tocó su cara… Esas facciones que conocía muy bien ya no estaban más. Entonces tomó la determinación de viajar inmediatamente a la ciudad de Lima; allí sabría con toda seguridad qué cosa había ocurrido.
Se puso de pie un poco más tranquila y buscó en esa cartera que pertenecía a otra persona el dinero que necesitaba para el viaje. No demoró mucho en encontrarlo.
Se colocó aquellas ropas ajenas, y se dispuso a salir sin dar aviso a las personas que le llamaban ‘’hija’’, pero cuando estaba a punto de correr el pestillo de la puerta, apareció la señora Úrsula con una taza humeante de sopa.
–¿Para dónde vas a esta hora?
–Me voy para Lima.
–¿Para Lima? ¿Y qué piensas hacer allá?
–Quiero saber por qué estoy en Trujillo, por qué ocupo un cuerpo que no es el mío… En fin, voy en busca de respuestas, si no lo hago me voy a volver loca –dijo la mujer, mirando tristemente a la señora Úrsula.
–Entonces me voy contigo.
–No es necesario, gracias, este asunto lo quiero resolver yo misma.
–Que Dios te acompañe. Pero antes toma un poco de sopa, necesitas estar fuerte para lo que Dios quiera que sea que tengas que afrontar.
La señora Úrsula se acercó y le abrazó fuertemente por un tiempo que a la mujer le pareció demasiado largo. Suavemente separó a la señora, que sollozaba.
–La hora de llorar ya pasó, ahora sólo queda saber la verdad y enfrentar los designios de Dios –fue lo último que dijo. Tomó algo de la sopa que le trajo la señora Úrsula y salió en silencio, sin despedirse de nadie más.
Flor de María… o Marisol Castro, contrariada con el enorme peso de llevar un cuerpo y una identidad que no eran los suyos, salió a la calle. El viento frío de la noche le hizo olvidar, por un momento, toda aquella angustia que apenas soportaba.
Una vez en la terminal de transportes, se turbó cuando la chica de los boletos preguntó su nombre. Automáticamente iba a decir Marisol Castro, pero algo la detuvo. Metió una mano en la cartera, y sacó un documento de identidad que decía: Flor de María Olazábal Quintero.
–¿Hacia dónde se dirige?
–Lima –dijo en voz baja.
–Disculpe, no la escuché muy bien.
–Hacia Lima.
–Ya, gracias. El bus sale a las once y cuarenta y cinco. Por el carril cinco.
–Gracias –respondió con una voz apenas audible.
Durante el viaje en bus rumbo a la capital, aprovechó el tiempo para pensar, pero sobre todo para recapacitar. Hizo un recorrido mental de cada cosa que hizo antes de encontrarse en esta situación tan confusa y desagradable, pero cuando llegó a la parte del accidente, su corazón pegó un brinco, haciendo que se estremeciera en su asiento:
–¿Estaré muerta? –sin darse cuenta lo dijo en voz alta. Su compañero de asiento escuchó claramente la frase incongruente.
–¿Qué fue lo que dijo, señorita?
–Nada, no se preocupe.
El hombre a su costado estaba seguro de haber escuchado esa afirmación inquietante pero no dijo nada más.
Marisol Castro, ocupando un cuerpo que no era el suyo, seguía pensando: su vida había sido un cúmulo de felices experiencias, primero como estudiante, y después ejerciendo la profesión que le daba grandes satisfacciones: bióloga marina. Pero lo que más le tenía aferrada a la vida era su familia. Con Roberto estaban criando un niño amoroso e inquieto por averiguar cada cosa, que no paraba hasta descubrir de qué estaba hecho tal o cual objeto, y cómo funcionaba. Su nombre era John y tenía nueve años de edad… Hasta que llegó el día fatídico del accidente, del que no recordaba casi nada.
–¿Estaré muerta? –pensó, esta vez para sí misma–. Y si es así, ¿dónde está mi cuerpo?
Se cubrió la cara con las manos y decidió no pensar más, era mejor así, al menos por ahora; estaba tan agotada que se durmió de inmediato, pesadamente.
Soñó con vuelos imposibles… que finalizaban abruptamente cuando su cuerpo caía pesadamente, mientras su espíritu permanecía en lo alto, como flotando, sin poder hacer nada. Soñó con su adorado hijo caminando a su lado por la floresta, tomados ambos de las manos. También soñó con su esposo. Veía su sonrisa franca. Su abrazo fuerte. Su temperamento reposado. Su capacidad para mantener la calma aun en los peores momentos… Y después lo veía alejarse mientras ella caía en un abismo insondable.
Cuando despertó, faltaban sólo algunas cuadras para llegar a Lima.
Apenas puso pie en tierra tomó un taxi y se dirigió a su casa. Era miércoles, y en su reloj marcaban las siete de la mañana.
Descendió del taxi dispuesta a enfrentarse con su destino.
En el frontis de la casa había un número inusual de personas vistiendo trajes negros. Sintió un punzón en su pecho pero siguió caminando.
Pasó al lado de unas personas que no la conocían, sólo la miraban como preguntándose quién era la recién llegada..
Entró a la casa y se dirigió al fondo. Pasó por un pequeño zaguán por el que caminó tantos años, y llegó a la sala sobresaltándose al ver que en medio de ésta, descansando sobre unos pilares… se encontraba un ataúd. Hacia allí se dirigió con paso decidido. Se acercó al féretro y lo que vio la dejó espantada: dentro de ese cajón se encontraba el cadáver de Marisol Castro.
El encuentro con su propio cuerpo inerte, hizo que sus ojos se desorbitaran de espanto. Dio un grito espantoso, y retrocedió maquinalmente. Sus piernas se negaban a sostenerle. Antes de caer, ya estaban varias personas prestas a socorrerle.
Casi todos los presentes acudieron al lugar, luego de escuchar aquel alarido desgarrador, pero cuando llegaron la encontraron desmayada sobre un sofá. Algunos preguntaban si alguien conocía a la mujer pero ninguno supo dar razón.
Cuando volvió en sí, una mujer sostenía una bebida caliente y trataba de hacer que la tomara.
La mujer lucia desencajada. La palidez de su rostro denotaba la abrumadora verdad que había tenido que afrontar.
Sólo había una cosa que la mantenía con cordura, impidiéndole que saliera a la calle a dar de gritos: saber qué pasó con su hijo John y su esposo Roberto.
–¿Ya te sientes mejor? Preguntó ingenuamente alguien.
–Sí, ya estoy bien, gracias. ¿Dónde está John y Roberto?
–Roberto se encuentra en el hospital. Se está recuperando de las heridas que sufrió en el accidente. Ya está fuera de peligro, gracias a Dios –dijo una mujer mayor, que Marisol identificó de inmediato como la madre de Roberto–. Y John está en el otro cuarto. Disculpe… ¿me puede decir quién es usted?
La mujer se turbó un momento sin saber qué responder, pero al final dijo:
–Soy una amiga de Marisol. Me da mucha pena lo que le ha pasado. ¿Puedo ver a John?
–¿También le conoce?
–Marisol me habló tanto de su hijo, que casi le conozco –tuvo que mentir.
En instantes Marisol Castro tenía ante sí a su hijo querido. Sin perder tiempo le tomó entre sus brazos. John dudó un momento pero luego se entregó al abrazo. Sentía una fuerza poderosa que le decía, sin lugar a dudas, que esa mujer, ese rostro extraño que no había visto nunca… era su madre.
Madre e hijo se pusieron a llorar; sólo ellos sabían quiénes eran y todo lo que se necesitaban. Las personas alrededor se miraban extrañadas sin saber qué hacer.
–Quiero que seas fuerte y acompañes a tu padre, él te necesita ahora. Yo siempre estaré a tu lado. Y te cuidaré en todo momento –susurraba la mujer al oído del pequeño niño que sollozaba.
–¿Por qué no te quedas conmigo? Te necesito mucho.
–Dios me ha llamado, no puedo negarme a sus designios. Además hay una mujer que tiene su vida y una familia que la espera… como tú me esperaste. Sé que con el tiempo entenderás mejor las cosas que nos pasan, y aprenderás a aceptarlas.
John no tuvo que oír más para comprenderlo todo. Su pequeño corazón estaba limpio de rencores por la ausencia de su progenitora, ausencia que no era definitiva, ya lo sabía muy bien. Y había tenido la oportunidad de verla… Viva, por última vez.
–Ahora debo irme.
–Sí, mami.
A pocos metros una extraña luz encegueció a los presentes, del cuerpo de Flor de María salió una nubecilla blanca que se transformó en Marisol Castro, que brillaba como un sol resplandeciente. Marisol Castro dio unos pasos en dirección a la luz, y se volvió un instante para mirar a su hijo. Luego entró en la luz, que fue perdiendo intensidad hasta apagarse definitivamente… llevando el espíritu de Marisol Castro, que únicamente había regresado para despedirse de su hijo.
Al rato despertó Flor de María, confundida al estar en un lugar que desconocía por completo.
–¿Qué hago aquí? ¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estoy?
Todos estaban sorprendidos con la trasformación que se había operado mágicamente en su presencia. Menos John, cuya mirada permanecía fija en el lugar donde se fue su madre… como si ella todavía estuviera allí.



AÍDA VALDEPEÑA JIMÉNEZ

México D.F., 1976. Poeta. Realizó estudios de Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma del Estado de México. Estudió el Diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Tallerista de creación literaria en varios estados de la república. Docente de Lengua y Literatura en diversas Instituciones educativas de nivel medio superior y superior. Ha participado en congresos literarios nacionales e internacionales. Su obra poética se publica en distintos medios impresos y electrónicos de México, Perú, Chile, Venezuela, Brasil, España, Dinamarca y Estados Unidos. Galardonada con el Premio Interamericano de Poesía Jóvenes Creadores Sinaloa 2007, donde publicaron su primer poemario “Universo de Náufragos”. Parte de su obra fue incluida en la antología “Semilla Desnuda”, selección de noventa poetas mexicanos editada por el INBA/CONACULTA. Traducida al portugués en la Antología “Tenhgo tanta palabra”, ediciones México/Brasil. Recientemente, la Secretaría de Cultura de Morelos, editó su segundo poemario “A Contracorriente”.  


AMBICIÓN
Aída Valdepeña Jiménez ©

Aspiro a ser un muelle
Que no me note nadie cuando ría o llore a carcajadas
Que lleguen a dormir 
sobre mis tablas rotas 
marineros exhaustos de peces y ballenas

Ser íntimo, prudente
audaz ante la astucia de los barcos prehistóricos que aparecen de pronto

De ser posible
evitar el asombro 
y volverme escapista de la tendencia a ser contemporáneo
o un muelle fantasma.


LA VILLA
Aída Valdepeña Jiménez ©

Todo en mi memoria forma parte del agua
es por eso que soy de incontables mares
de agua que viaja: 
¡nunca de estanque!
He buscado la manera de volver al mar cada mañana
pero mientras eso sucede
La luna cobija los más agua/ recuerdos de mi océano.


TIERRA
Aída Valdepeña Jiménez ©

Grande es la calma
serena la caricia de los alces al viento
la lluvia:
                      un himno nómada
la tierra con su aroma
recordándonos peces,
los peces:
                         palabras bajo el río
las piedras:
                         sus símbolos de duda
un alfabeto brujo
revelando del mar alguna lejanía
un alfabeto mago
originando en calma 
el lenguaje  estatuario de goletas hundidas
un alfabeto incógnito
donde se guarda el eco de distintas tormentas 

                   : un líquido evangelio
                          un mensaje de ostras nacaradas
                                  un aroma de musgo empapándolo todo.


EL ÁRBOL DE LAS VOCES
Aída Valdepeña Jiménez ©

Las aves y las hojas son de la misma especie
comparten la misma médula
nacen del mismo árbol 
las aves y las hojas hablan el mismo idioma
por eso no encontramos nidos en las fuentes
ni a la orilla del río
por eso también es, que cuando las hojas caen
tienen, a ras de suelo, 
un vuelo similar a la parvada que emigra hacia otras tierras


PERLA 
Aída Valdepeña Jiménez ©

Inasible salmón,
tú dominas el río 
porque lo has nadado siempre 
en sentido contrario,
te sirvieron de ejemplo 
las insurrectas aguas de las cataratas
y le imitaste a la lluvia la solidez del trueno.

Tu piel madura con tal velocidad 
que va dejando brillos en el agua
¡y tú, salmón, tan sosegado!
seduciendo mareas
cautivando los ríos
palpando a contralomo 
el sutil velo de agua
de frías madrugadas.

Palpitante salmón
dejarás gotas limpias como testamento 
y todos beberemos de la misma agua para saciar la sed.



JULIO GARCÍA VENTUREYRA

Nacido en 1946 en Bahía Blanca, Argentina, ciudad en la que reside, es autor de cuentos (muchos publicados en revistas y suplementos literarios), novelas y guiones cinematográficos. Hizo primero guiones para cortometrajes y posteriormente para largometrajes. Su corto "El nutriero", basado en un cuento, obtuvo una mención en un Festival Internacional de Cortos en Torrelavega (Santander), España. Participó como guionista y director de cine en "Desafío al coraje", película de temática policíaca que se filmó hace algunos años en las cercanías de Bahía Blanca y que se exhibe en cine y TV, así como en el video-club del Consulado Argentino en Barcelona. En la actualidad el Canal Volver de Buenos Aires posee los derechos de explotación del filme que emite cada tres o cuatro meses.
Artículos: “100 años de periodismo", La Nueva Provincia, pág. 310; "El Cine en Bahía Blanca", Memoria y Homenaje, de Agustín Neifert, pág. 65.
Obras publicadas: “Cuentos con final feliz” (Madrid, Ediciones Scherezade, 2005); La Nieve y el Fango” (novela, Madrid, Ediciones Scherezade, 2006) y
La Misionera de los Desamparados” (novela, Madrid, Editorial Casa Eolo, 2012).


LA VIDENTE *
Julio García Ventureyra ©

Cuando la acaudalada señora Teresa Peralta viuda de Lafuente fue hallada muerta en su mansión, los dos investigadores seleccionados para el caso no lograron encontrar pistas. Sólo sabían que había sido cuidadosamente estrangulada. Entonces decidieron esa misma tarde recurrir a Rita, la vidente que se especializaba en los casos más difíciles.
Ex profeso, Rita les dijo que necesitaba algo de tiempo, no mucho, para estudiar y dilucidar el hecho. Cuando se quedó sola, reconstruyendo en forma minuciosa y prolija los acontecimientos en base a los datos que le fueron suministrados, vio con asombro que el criminal era un conocido personaje que aparecía con frecuencia en periódicos, revistas y programas de televisión, y que era un alto funcionario.
El crimen cometido obedecía a dos motivaciones, una pasional, pues ambos mantenían un romance desde tiempo atrás, padeciendo él celos enfermizos, no aceptando la vida liberal que ella, mujer atractiva de mediana edad, como él, seguía llevando.
La otra respondía al robo. La ambición de dinero y poder, la mayoría de las veces, se manifiesta en el ser humano sin límites ni freno alguno. Pero Rita, experta en la visualización de los senderos del destino, vio también otro camino, y que no era aquel que la llevaba a poner en peligro su propia vida por las circunstancias del caso, sino, a su propia muerte, que era precisamente lo que en estos momentos ella comenzaba a "ver" un revólver que le apuntaba a la sien.
El áspero sonido del timbre la hizo reaccionar, volviendo a la realidad y, mirando el reloj mientras se encaminaba a la puerta, la abrió. Allí estaban de pie los investigadores que habían quedado en venir a esa hora. Una vez que los hizo pasar, les explicó que había estudiado lo sucedido sin hallarle solución, declarándose inepta para el mismo, pero antes de que se retiraran, pensó ¿y la justicia? Y como un cierto remedio expurgador de su conciencia extrajo de su biblioteca un libro titulado:
Los peligros del poder, cuyo autor no era conocido, y en el mismo les señaló la página que decía: "Casi todos los seres humanos –muchos animales también– con pleno desarrollo de su personalidad tienen aspiraciones al poder; el equilibrio de las personas que lo ejercen, y el uso del mismo pueden hacer que dentro suyo se alberguen Dios o Satanás, el Bien o el Mal".
Los hombres siguieron su camino analizando las palabras. En su recorrida continuaron visitando a otros videntes, pero todos... absolutamente todos... se declararon incompetentes.

* “La vidente” obtuvo el Primer Premio de Cuento en el Certamen Escritores Bonaerenses, Dirección de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.



PABLO CASSI


Nacido en Putaendo, Chile, en 1951, es escritor y periodista. Reside en San Felipe. Se ha desempeñado como editor, director y comentarista de más de veinte publicaciones literarias desde 1979 a la fecha.

Libros publicados
Surco y presencia, antología de poesía y cuento, Santiago, 1977.
Para un peregrino distante, poemas, Santiago, 1979.
Cuando se aproximan los sábados y otros cuentos, San Felipe, 1984.
Íntimo desorden, poemas, San Felipe, 1984.
• Secreta convicción, poemas, San Felipe, 1986.
Poemas para un niño con sonrisa de primavera, San Felipe, 1987 (declarado material didáctico complementario en la educación chilena para la enseñanza de castellano a nivel básico por el Ministerio de Educación).
Tu prójimo inevitable, poemas, San Felipe, 1989.
La espantosa virginidad de las feas y otras historias, cuentos, Santiago 1993.
Veinte años de poesía, antología, San Felipe, 1995.
El amor se declara culpable, poemario, San Felipe, 2009.

Premios
Ha obtenido más de treinta premios y distinciones literarias, entre los que se destaca el Premio Municipal de Literatura de Santiago de Chile en la categoría Poesía, 1985, por su obra “Íntimo desorden”.

Para una lectura detallada de los premios, menciones y distinciones obtenidas por este escritor, así como de las publicaciones que dirigió, editó o fue articulista puede consultarse: http://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_Cassi


ALGUIEN DESEA ENCONTRARSE CONTIGO
Pablo Cassi ©

Te escribo para que no te gobierne el miedo
ni la antigua vida dude de tu existencia
con su historia de arrepentimientos.

La noche nuevamente te encontrará sola
repitiendo tu nómina de sueños
aquellas cartas escritas con la dignidad
de una enamorada.

Alguien desea encontrarse contigo esta tarde,
tomar posesión de tus labios
y buscar en el cajón de tu dormitorio
aquella flor que no envejece.


EL RÍTMICO VAIVÉN DE UN TRANVÍA
Pablo Cassi ©

No es fácil adentrarse en el olvido
con la experta indiferencia que camina de noche
dar vueltas alrededor de la propia sombra
y salir de la lluvia
con un ritmo alternativo.

Después de todo mi mayor hazaña,
ha sido ésta
<<hacer tabla raza de mi alma que huye de lo inútil>>.

Mientras el viento golpea latas y techos de calamina
con el rítmico vaivén de un tranvía
tú vuelves a caminar con un pie puesto en la primavera
para no levantar sospecha.

La noche cae sobre nuestro semblante
nada puede disuadirnos bajo esta nubes
estamos atrapados en mitad del diluvio.


LA BELLEZA ENFERMA Y SILENCIOSA
Pablo Cassi ©

Las palabras comienzan a envejecer,
el tiempo concluye para ellas.
Pronto serán incapaces de decidir por sí
solas,
no podrán recordar sus primeras sombras,
salvo que deje de llover antiguas palabras.

Quizá alguien las convoque
para comprender porque han enmudecido
como atardecen los enfermos con décimas de
fiebre.

Han vuelto a mi rostro
con la mansedumbre del sol
traen la belleza enferma y silenciosa,
los mensajes más antiguos
los martes en que la tarde queda afuera
y agoniza a orilla de una iglesia.

Y la imagen de un ángel atraviesa el horizonte,
cae la hora de la despedida,
el efímero glamur de los neologismos
que navegan con rumbos desconocidos
más allá del bullicio demente
que desafina al universo.



JOSÉ ANTONIO CEDRÓN

Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1945. Poeta, ensayista, profesor y autor de libros educativos. Por su militancia política desde la literatura debió emigrar durante la década de 1970, amenazado por la organización paramilitar y terrorista Triple A, que persiguió y asesinó a artistas, intelectuales, políticos de izquierda, estudiantes, historiadores y sindicalistas. En la actualidad está radicado en México.


ANTES DE YA NO VERTE
José Antonio Cedrón ©

Antes de ya no verte
te regalo los ojos donde estaban
cuando te vi.
Las palabras salvadas que atropellarán otras
cuando llegue la muerte con su tierra,
sus labios sin nada, sus lágrimas sin nada,
su paz sin nada.
Te regalo el espacio de la sobrevivencia
que se quede de mí,
ese pueblo con árboles y ríos,
el puerto y su inmigrante
desvelado de asombro.
Y antes de otros olvidos
sin firma, ni testigos, ni notario
la belleza que pasa apresuradamente
como una mariposa por la vida del tiempo,
el Cirque du Soleil con que interrumpo
el mundo, por ejemplo
la biografía de Cesarea Evora, que canta…
Y te regalo eso de andar diciéndote lo mismo
día y noche de lunes a domingo
siempre decir lo mismo
sin decirlo
porque lo sabés todo, como el sol y la luna
para que no se pierda.


AQUELLA PLAZA CON SUS MONUMENTOS
José Antonio Cedrón ©
a Carlos Díaz, Caíto

Aquella plaza con sus monumentos,
sus árboles, sus sombras,
todo fue desplazado por el tiempo, destruido, perdido.
Y la suerte corrida por los próceres
casi desconocidos que la habitaban
–ese enigma tan vago–
se ha quedado en las piedras
de esos días. Y porque ya no existe, quizás, es sólo tuya.
La inquietante nostalgia que demoran
los sueños, como las viejas tumbas
de parientes que sólo conociste
por enorme retratos ovalados,
te pertenece ahora
que recorres el gesto para verlos,
levantando la vista
por arriba del hombro de tus vidas.
Mirarás ese cuerpo de una mujer
     de entonces
como a una mapa del mundo
tal cual era
cuando el amor le daba movimiento
y su boca era un juego
de intimidad dormida
que movía la noche.
Estarás junto a ellos, detrás, al lado,
en ellos.
En un desconocido recogerán tus ojos
la edad de aquel que fuiste
en el umbral de mármol
–antes de entrar al mar y regresar
     hasta hoy–
con la pena confusa del mismo desamparo.
Y te querrás en él
con los sobrentendidos de la ausencia.
La historia intransferible que esos cielos
     dejaron en tus manos,
te devuelve al anillo del primer inmigrante
     que pronunció tu tierra
y no vio estas miradas.
Con todo lo ignorado de esas muertes   
     reales
construyes el pasado que te anuncias.
El tiempo sobrevive reteniendo
     en sus manos
lo que desordenamos con las nuestras.


MIS MUERTOS NO SON DIOSES
José Antonio Cedrón ©

Mis muertos no son dioses
cambian con el peso de los años
me levantan de noche a caminar con ellos
me hablan del futuro, entre cenizas
piden un vaso de agua a mitad del camino
alzan la voz las manos la mirada
furiosamente
discuten con la vida
no son dioses.
Mis muertos se llevaron la cordura
apretada en el pecho
y la respiración empedernida
su rostro lentamente de la mesa
una impotencia extraña entre los dedos.
Mis muertos no son dioses
no cargan con mi vida ahora ni nunca
pero viajan en todo mi equipaje
son una certidumbre, no una carga.
Mis muertos no son dioses.


TODO ESTABA TAN LEJOS
José Antonio Cedrón ©

Todo estaba tan lejos.
Pero los tiempos cambian
la experiencia de ignorar,
el no entender aquello
que atrapa y que conmueve.
Podría darte un abrazo, grande
como la Gran Manzana
antes de partir
entrar con luz nocturna a la memoria
que corrige los sueños obstinados
la admiración ingenua
para que no nos ciegue el despertar
y el horizonte siga donde está.
Pero como de eso ya no quedará nada
sorbamos el café, miremos a la playa, todo es cierto
de tu mano en mi mano y de la mía en la tuya,
caminemos
aún no estamos solos
y juntemos los labios,
formas de despedirnos al exilio más largo
con las manos tan frías
donde no espera nadie.



CAMILO JOSÉ NOA RODRÍGUEZ

(Cuba, 1990) Poeta y narrador. Premio Armando Leyva, Gibara, 2012; Premio El Narrador, Buenaventura 2013; Segundo Premio de Poesía Religiosa San Fulgencio. Tiene textos publicados en la revista Calle B de Cumanayagua-Cienfuegos, Cuba, así como en las antologías Poderosos pianos amarillos, poemas cubanos a Gastón Baquero, Ed. La Luz (Cuba), y Antología 2013 Poesía, Ed. Red Literaria (Argentina), en proceso de edición. Dirige el proyecto de divulgación literaria El Pescador de Orilla, publicación digital con la que obtuvo Mención especial en el Premio Calle B para esta categoría. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), órgano cubano que recoge a la joven vanguardia artística cubana. Está graduado de Técnico Medio en Informática.


LITURGIA DE LAS PEREGRINACIONES
Camilo José Noa Rodríguez ©

Madre, sabías que iba a suceder
a mi me toca arañar esta cuartilla
trasladar hasta aquí
las peregrinaciones
personas cayéndoseles el rostro
casi pegado al asfalto
Una magnífica puesta en escena
todos hacen perfecto su papel
como si sintiesen dolor.

Hoy no quieras que advierta belleza
en ángeles de mármol y cemento
lápidas blanquísimas y pulidas
No son reales
no son la puerta al cielo
Aquí debajo solo hay tierra y podredumbre
como en todas partes.


LAS HORAS
Camilo José Noa Rodríguez ©

                                               A Virginia Woolf

Mi madre teje en su banqueta de pino
un mantel anchísimo
que nos pondrá la mesa un par de días,
Madre teje a estas horas
para acabar temprano con el hambre.
No puedo dormir
escuchando el golpeteo de agujetas
contra su pecho.
Intento dar a luz un verso:
           en esta casa nadie habla
           desde que tenemos muertos…
otra hoja rasgada
tirada donde muchas.
«la poesía…» fue la última frase
que dejé sobre la arena
luego el mar
siempre el mar
tragando todo cuanto se nos descuida.
Nuestras esperanzas
navegaron días con mi padre
pero el mar
                      el mar
                                      el mar.
Siento como llora mi madre
desde su tronco moldeado
mientras pesan las piedras en mis bolsillos
y los pies me llevan    involuntarios
hacia el mar.


IMAGEN
Camilo José Noa Rodríguez ©

                                               A Luis Yuseff

Seguramente mi amigo el poeta
hubiese llorado de ver morir aquél árbol.

Sintiendo igual estremecimiento
lloré de ver las manos del carbonero
que lo talaba.



VICTORIA ESTELA SERVIDIO

Nació en Cosquín (Córdoba), Argentina, en 1947, ciudad en la que reside. Médica jubilada, especializada en ginecología y obstetricia (UNC). Su afición a las letras nace en su temprana juventud (comenzó a escribir a los catorce años), fomentada en su hogar y en el estrecho vínculo con la Biblioteca Nicolás Avellaneda de su ciudad natal, por la cual pasaron varios miembros de su familia. Desde 2001 concurre a talleres literarios de la ciudad de Córdoba.
Libros editados: “Moradas” (Narvaja Editor, Cba. 2006), ”Armas del poeta” (Narvaja Editor Cba. 2008), ”De mí” (Ediciones del Copista, Cba. 2011). Mantiene sin editar “El Colador de los tiempos” (cuentos), “De musas, lamentos y escrituras” (poesía), “Palabras a mi hija” (prosa poética).
En diciembre de 2006 participó del Festival Latinoamericano de Arte (Fundación de Poetas de Mar del Plata) realizado en esa ciudad, como expositora, presentando su primer libro.
Se desempeñó como coordinadora editorial entre 2007 y 2010 de Decires –revista de letras, arte, cultura–, edición gráfica independiente sin fines de lucro, de la que también fue directora. Esta revista fue presentada en el Encuentro de Poetas realizado en el entorno del Festival de Folclore de Cosquín (2007 a 2010); en la Marathónica de Poesía y Narrativa de Mar de Ajó (Fundación de Poetas René Villar) en noviembre de 2008 y en el Primer Encuentro de Publicaciones Callejeras de septiembre de 2009 en San Luis que organizaran revistas cuyanas. En estos eventos también fue expositora y presentó algunas de sus obras.
Sus poemas han sido publicados en varios medios literarios, gráficos y virtuales, tanto del país como del extranjero.


A ESA HORA
Victoria Estela Servidio ©
(del libro Moradas)

A esa hora, cuando el sol
abandona el mundo
deja una orfandad petrificada.
El día sangra su agonía
las sombras se despeñan
entre el ayer y el mañana
el silencio se puebla de suspiros.

Sobre fragmentos, jirones
la soledad se eleva
en el perfil de viejas estatuas.

Soledad
conque vive el hombre
y muere de a poco
a esa hora, al caer el día...


HORA DE PENSAR
Victoria Estela Servidio ©
(del libro Armas del poeta)

Cuando se seque el llanto
la angustia sea de arena

la ilusión se extinga

la pena no estalle
en lluvia sobre la tierra

no suene más
el clarín de los reclamos

será hora de pensar
si no estaremos muertos

que perdimos las batallas
y al final ganaron ellos

Ellos los impecables.
Los que ordenan
oprimen…

Si las fibras se endurecen
la esencia se acartona
si se borra la poesía.

Será hora de pensar
qué hacer con ellos.


PODRÍA QUERERTE
Victoria Estela Servidio ©
(del libro De mí)

Podría quererte
así
rústico
salvaje
falaz
mercader de afectos.

Podría treparme
en tus arneses
y galopar
el sueño de la noche.

Al despertar
darte refugio
en la corola
de mi pecho
dejar que robes
los secretos de mi boca.

Transites los baldíos
me horades
hasta la profundidad del grito.

Que los ríos de tu sangre
confluyan con los míos
a beber la sal
que suda el mar
en la fragua del aliento.

Podría quererte
si creyera en ese amor
que claudica
en la contracción
del espasmo.



NINA DELGADO

Escritora mexicana nacida en el estado de Michoacán y autora de textos enfocados a la literatura de fantasía.
Nina surge con el deseo de llevar un sueño de la ficción a la realidad, anhelo que se gestó a lo largo de los años gracias a la imaginación de la niña que más tarde querría llevar sus invenciones al papel. 
Sus libros publicados se componen de varias novelas entre las cuales se encuentran dos trilogías de las que destacan los tres árboles de Cerezo, obras que llevan en su conjunto dicho título, además de una serie de cuentos que recién ha comenzado, pues gusta de historias cortas que encanten al lector.


LA ROSA BLANCA
Nina Delgado ©

Qué tan importante eres, que El Creador envió
a uno de sus soldados solo para protegerte.

Lejos de aquí, dentro de un invernadero a las afueras de la cuidad, nació una pequeña rosa blanca. No era una rosa común, comparada con las demás era más diminuta que todas las flores de su especie.
Cuando brotó, vio al mundo que la rodeaba con curiosidad. Personas iban y venían durante todo el día, y por la noche la acompañaban las otras rosas del invernadero.
Soñaba con que un día uno de esos tantos amables humanos que visitaban el lugar la miraran y se decidieran a llevarla con ellos.
Pero los días pasaban igual que las noches y nadie la veía. Comenzó a pensar entonces que quizá había algo malo en ella; sus hojas, sus pétalos o quizá era su tallo.
Pasaba días enteros mirándose los posibles desperfectos en su apariencia, responsables de que las personas no quisieran llevarla consigo.
–Debe ser que el color de mis pétalos, no es muy bonito –pensaba la pequeña florecilla, al mirar a todas sus compañeras de pasto con colores que podían cegar los ojos de tanta belleza.
Las había anaranjadas como las naranjas dulces, amarillas como el sol y rojas como una carnosa manzana, pero ella no poseía ninguno de estos tonos, ella era blanca simplemente blanca.
–Deben ser mis hojas –se decía la rosita mirándose las dos hojuelas que tenía sobre su tallo.
–O quizá, es que no nací al frente –se preguntaba a sí misma mirando por entre los juncos de la entrada principal–. Si pudiera estar más adelante, las personas me podrían ver mejor…
Un buen día, una de las rosas que la acompañaban le dio la respuesta que durante tanto tiempo había buscado en sus pensamientos.
–Es tu tamaño –le dijo la rosa roja, altanera y muy segura–. Fíjate bien, ¿acaso, no notas algo diferente entre tú y todas nosotras?
–No –respondió con duda.
–Observa más de cerca y verás.
La flor miró a todas las otras rosas del lugar. Notaba sus colores relucientes igual que antes, sus tallos firmes como los robles, sus hojas verdosas brillantes, pero aunque ella no tuviera los mismos acabados, la forma era la misma.
–Son como yo –dijo la rosita blanca a la flor carmesí frente a ella.
– ¡No, tonta!, además de fea, ciega –refutó entre carcajadas–, tú jamás serás elegida por ellos, porque eres de un tamaño que a nadie le gusta. Todas nosotras somos grandes, hermosas y a las personas, entre más grande seas, mejor. Mírate bien –continúo danzando alrededor de la rosita blanca–, eres tan diminuta que apenas llegas a la mitad de mi tallo, allá afuera no sobrevivirías ni un día.
La florecilla al escuchar esto, se entristeció mucho más de lo que sus dudas anteriores la habían aquejado. Las risas de las demás flores acompañaron como fondo musical las lagrimitas que derramó esa tarde.
Los días siguieron pasando y la soledad, que la pequeña rosa sentía, crecía conforme el sol salía y se metía. Las otras rosas no le volvieron a dirigir la palabra después de la última vez que se burlaron de ella.
Las demás plantas del invernadero tampoco la notaban. Se sentían demasiado orgullosas de sí mismas como para prestar atención a la tristeza ajena, se limitaban a lucir altivas y hermosas cada mañana para las personas que venían a admirarlas.
Con los días la pequeña rosa blanca se había resignado a su destino. Por las noches le gustaba mirar el atardecer en el firmamento tras una ventana rota que estaba detrás de ella, por las noches, las estrellas, y por las mañanas, el sol que salía siempre con un brillo que inundaba su corazón de paz.
Una de esas mañanas en aquella ventana de vidrios quebrados un pajarillo osó posarse sobre ella, lastimándose gravemente una de sus alitas. La rosita al ver caer al pajarito abrió por primera vez su boca para pedir ayuda a las demás, pero nadie le hizo caso.
–Ayúdenme por favor, ¡está muy lastimado, tenemos que curarlo! –le gritaba a las rosas de enfrente.
– ¡Ayúdenme vamos a levantarlo! –les decía angustiada a las orquídeas de al lado.
–Alguien por favor, yo sola no podré hacerlo –pero las gladiolas tampoco atendieron a la súplica.
Cansada de gritar apoyo, decidió acercarse y tratar de auxiliar al pajarillo ella misma.
– ¿Estás bien? –le preguntó con temor al ave.
–No, me he lastimado una de mis alas y no puedo volar –respondió el animalito intentando mover sus alitas sin conseguirlo.
–No te preocupes yo te cuidaré mientras te recuperas.
La rosita arrastró al pajarito hasta ponerlo bajo su tallo para resguardarlo.
Todas las mañanas le guardaba unas cuantas semillas que el dueño del invernadero arrojaba para nuevas flores, le quitaba la sed con las gotas de rocío que la bañaban durante las noches y con sus hojitas lo acariciaba a diario para consolarlo, hasta que un buen día el pajarillo se curó y pudo volar.
–De veras que eres una tonta –dijo la rosa amarilla cuando vio que el pájaro tomaba vuelo y salía por la ventana–, le has cuidado y ahora te abandonará, y nunca regresará.
La rosita no contestó nada. No valía la pena. Muy dentro de ella sabía que había hecho algo bueno por alguien y no importaba que el ave se fuera, sólo importaba que estaba a salvo.
Pasaron un par de días y tal como le había dicho la rosa amarilla el pajarillo no volvió. La rosita se sumergió nuevamente en su tristeza, las personas ahora eran como fantasmas que iban y venían por doquier, pero ella se encorvaba más de la cuenta para que no la miraran y la rechazaran por su fealdad.
Durante una mañana en que la pequeña rosita aún se encontraba durmiendo, sintió un ligero cosquilleo en uno de los pétalos. Lo que la hizo despertar riéndose por el tremor.
–Ja, ja, ja –sonreía la rosita después de mucho no hacerlo.
–¡Despierta dormilona! –escuchó antes de abrir los ojos– es hora de levantarse, hace un lindo día como para que aún duermas. No querrás vivir encerrada ahí dentro, de cuando en cuando conviene asomarse a la ventana para saber quién camina por enfrente.
La rosita intrigada abrió los ojitos y grande fue su sorpresa al ver que se trataba del mismo pajarillo que semanas atrás había cuidado.
–¿Qué haces aquí? –preguntó sorprendida.
–Vine a agradecerte el favor, así como tú me cuidaste, ahora te cuidare hasta que estés sana.
–¡Pero yo no estoy enferma!
–No todas las enfermedades se ven por fuera –concluyó el ave.
La rosita no quiso hacer más preguntas, le daba demasiada emoción tener aunque sea un amigo con quien hablar.
Cada mañana el pajarillo volaba a su alrededor y con su piquito acariciaba sus pétalos hasta despertarla, por las tardes acicalaba la tierra para que estuviera más cómoda y por las noches la arrullaba con su canto.
Día a día la rosita era más feliz con su nuevo compañero, se sentía muy afortunada pues no todas las flores tenían un ángel personal que la acompañaba desde los cielos.
El pajarito le daba más de lo que ella pudiera pedir, ya no se encorvaba tanto, de vez en cuando miraba al frente para ver de nuevo a las personas pasar y sonreía otra vez con curiosidad.
Una noche luego de jugar toda la tarde el pajarillo se despidió de ella, prometiendo volver después, el invierno se acercaba y tenía que emigrar al sur. La florecita aunque se quedó un poco triste por su partida, se despidió con gozo de su amigo, pues sabía que volvería, lo sentía en el corazón.
El día sin su amiguito era un tanto solitario pero decidió no entristecerse y prefirió mirar a la gente pasar para entretenerse y no pensar más. En una de tantas miradillas que lanzaba al público, algo llamó su atención, o más bien alguien.
Era un joven que observaba las orquídeas de al lado. Miraba a cada flor con mucho detenimiento, con atención y las trataba con sumo cuidado.
En toda su existencia dentro de ese lugar jamás vio a alguien tratar de esa forma a las flores, todos iban con prisas, riéndose, jugando; algunos a su paso pisaban las plantas sin darse cuenta pero él no, él era diferente.
La rosita lo miró y lo miró al tiempo que lanzaba un suspiro al aire, pero no fue la única que notó la bondad del joven. Las demás flores también lo vieron; rosas, margaritas, arbustos e incluso plantas frutales. Todas le prestaron atención con anhelo, desesperación y deseo.
Esa tarde el muchacho no eligió ninguna planta para llevarla con él.
–No me decido, todas son hermosas. Volveré después con más calma –dijo el joven al dueño del invernadero.
Al escuchar esto todas las plantas del lugar se comenzaron a preparar para su regreso. Él volvería y esta vez elegiría a una de entre todas ellas.
Las violetas se perfumaban más de lo cotidiano para impregnar sus aromas en su nariz, los alcatraces se afilaban como espadas para su llegada y las rosas pomposas y vanidosas esponjaban sus pétalos para lucir más bellas, todas menos una. La que estaba hacia el fondo, detrás de todas ellas, pensaba que jamás la escogería, pero al menos lo volvería a ver aunque fuera sólo una vez más.
Pasaron tres días y el joven no aparecía. Las plantas comenzaban a desesperar, pero casi al finalizar el séptimo día de espera, por entre los cristales que adornaban la puerta, se vio venir a aquel joven de mirada dulce y las voces de las flores anunciaron su llegada.
–¡Aquí está, ha vuelto! –gritaban con satisfacción.
El joven fue pasando a cada uno de los apartados; las enredaderas, las plantas de sombra, las de sol, todas tuvieron su oportunidad hasta que llegó a donde estaban las rosas.
Todas inmediatamente se arremolinaron frente a él, casi sin darle respiro. Él observó a cada una con atención, las olió, las admiró y las acarició.
A lo lejos, detrás de todas, la pequeña rosa blanca trataba de mirar, pero los tallos y los pétalos esponjados de las otras no la dejaban ni siquiera asomarse; estaba apretujada entre todas las demás. Con sus espinas las rosas comenzaron a rasgarla sin darse cuenta, su afán de seducción les negaba la atención.
La rosa blanca al sentirse herida decidió volver a su lugar, resignada a no verlo más. Aquel joven a pesar de su bondad se llevaría una de las rosas coloridas, olorosas y bellas que estaban al frente.
–Pierdo mi tiempo teniendo esperanza –se dijo así misma en voz baja.
–No, pequeña, la esperanza nunca muere –se oyó una voz ronca.
Era la rosa rosada, la más vieja de todas las ahí presentes. No estaba entre la multitud pero estaba atenta a lo que sucedía.
–¿Por qué no estas con las otras? –le preguntó la rosita.
–Ya estoy vieja y cansada, prefiero dejar el camino a las jóvenes como tú.
–A mí nunca me escogerá…
–Esa es una decisión que no te corresponde tomar, sólo a él.
La rosa rosada se acomodó de nuevo en su pedestal y volvió a la contemplación del acto. Mientras tanto, el joven ya se incorporaba con una rosa roja entre las manos.
La rosita blanca miró al muchacho de pie, su alta estatura le permita verlo desde su lugar. Él miraba a la flor que eligió con cariño y ahí dentro de esa mirada se podía ver el inmenso amor que guardaba en su alma.
Al ver esto y recordar las palabras de la rosa rosada, la rosita decidió hacer un último intento para que la notara, quería ver esos ojos puros de cerca aunque no la llevara con él.
La rosa blanquizca se irguió como un árbol fuerte y sereno, elevó sus hojitas al compás del viento y abrió sus pequeños pétalos lo más que pudo.
El muchacho se retiraba con la rosa roja entre sus brazos, cuando un ligero brillo llamó su atención. Dio la vuelta y regresó. Tuvo que estirar su cuerpo e incluso su brazo para poder alcanzar a ese pequeño destello inmerso en la oscuridad de la sombra de las rosas coloridas.
Ahí detrás de todas ellas, debajo de los tallos de las otras flores, estaba una pequeña rosa blanca, diminuta, con las hojas un tanto desgarradas, pero con los pétalos más hermosos que nunca antes viera el joven.
Sin decir nada el muchacho puso en su lugar a la rosa roja y tomó a la rosita blanca que recién había hallado. La llevó a las alturas, hasta sus ojos, y en ese instante el brillo de la flor parecía desprender pequeños cristales de entre sus hojas. Fue amor a primera vista.
–Me llevo esta, por favor.
En una casa, a las afueras de la cuidad, hay una pequeña rosa de color blanco. Vive en un hermoso jardín que su joven amo le construyó sólo para ella y así pudiera ver al sol salir por las mañanas, ver los atardeceres en el horizonte y la luna llena por las noches.
La cuida con esmero, la alimenta con amor, le da de beber agua dulce y la llena de caricias a diario. Un pequeño pajarillo revolotea todas las mañanas sobre ella, la acicala por las tardes y le canta todas las noches.
En las afueras de la ciudad hay una pequeña rosa blanca, casi diminuta, con pequeñas cicatrices por las inclemencias del tiempo y rocío entre sus pétalos. En las afueras de la cuidad hay una rosa blanca, una pequeña rosa blanca feliz.



LIDIA ALBA GAVIÑA
(Lidia – la escriba)

La Plata, Argentina.  Estudió teatro con Agustín Alezzo y Augusto Fernández, en Buenos Aires, y seminario de dirección con Augusto Fernández. Dirigió el estreno mundial de “Comedia sin título” de Federico García Lorca, en el Teatro Universitario de La Plata. Ha publicado en la web tres libros y en Editorial Dexeo Madrid-Londres, su primer libro de papel “Canciones para resistir”. Tiene en edición otros dos libros en esa misma editorial. Su poesía es libre, contemporánea, posmoderna. Es miembro invitado de la SECH – Sociedad de Escritores de Chile.


PARA LOS AMANTES
Lidia – la escriba ©

¡Para los amantes!
en la primavera,
para los amantes, canto,
¿quién si no, puede comprender,
a los amantes
y todo su dolor,
y su alegría?
Atravieso, el jardín
del mundo,
y cosecho, y he pasado
las puertas,
en la orilla del lago,
sin miedo a mojarme;
se han acumulado,
las piedras, arrojadas,
y recogidas, del campo
acribillado;
"una muerte pequeña",
y me voy, allá, lejos,
al bosque, solitario;
aspiro el olor
de la tierra, que gime,
y me paro, en medio del silencio;
cosecho, distribuyo,
vagando por ahí;
un poco de musgo,
arranqué, y oh claveles,
hojas de laurel,
lilas de las ramas de los pinos;
y esto, oh amigos,
será, desde hoy,
un emblema,
la raíz, de los amantes;
que pase, de mano en mano,
como una joya, exquisita,

y que ninguno, la devuelva
"prado mortal de luna"



SUPLEMENTO DE REALIDADES Y FICCIONES
Nº 62 – Septiembre de 2014 – Año V
ISSN 2250-5385
Exp. 5129842, Dirección Nacional del Derecho de Autor (DNDA)

Propietario y Director: Héctor R. Zabala
Av. Del Libertador 6039 (C1428ARD)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
(currículo en Suplemento Nº 56)

Noelia Barchuk


Corrección general: 
Noelia Natalia Barchuk Löwer
Resistencia (Chaco), Argentina
(currículo en revista 
Realidades y Ficciones Nº 13)



Mónica Villarreal


Ilustración de carátula y emblema: 
Mónica Villarreal
Scottsdale (Arizona), Estados Unidos
Monterrey (Nuevo León), México
 @mon_villarreal
(currículo en revista Realidades y Ficciones Nº 17)




"Realidades y Ficciones"
Mónica Villarreal (2014)
(acrílico y óleo sobre papel-lienzo, 30 cm x 30 cm)







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